Por Jaime Septién
El Papa Juan XXIII, en el número 5 de su Decálogo de la serenidad, aconsejaba: “Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, una buena lectura es necesaria para la vida del alma.”
Aparentemente, diez minutos de lectura se pasan volando. Pero si esos diez minutos se dedican, por ejemplo, a leer una página de la imitación de Cristo del monje alemán Tomás de Kempis (1379-1471), pueden ser los más provechosos para nuestra vida espiritual.
Si bien es cierto que “el Kempis” como se le conoce coloquialmente, fue escrito en la Edad Media y para monjes contemplativos, también lo es que, como dice su traductor, el padre Agustín Magaña Méndez, se trata de un libro de utilidad universal y eterna. Y agrega algo fundamental para acercarse a esta joya espiritual: “Cualquier lector comprende lo que le toca a él.”
Pongo un ejemplo. En el Capítulo VIII (Evitemos la familiaridad excesiva) dice: “Busca la compañía de personas sencillas y humildes, de piadosos y virtuosos, con ellos trata de cosas edificantes.” Eso vale para ti y para mí. Acto seguido, señala: “No tengas familiaridad con ninguna mujer. Encomienda a Dios a todas las mujeres que son buenas en general”. Eso vale para el monje de clausura.
Una meditación pausada del Kempis puede encontrar perlas preciosas: “En el corazón de la persona humilde reina una paz continua, mientras que, en el corazón del soberbio, hay frecuentes arrebatos de envidia y de cólera.” Y una conclusión que llena todas las páginas del librito: “El que ama mucho, hace mucho. El que hace bien las cosas, hace mucho.”
Ten en tu mesita de noche la imitación de Cristo. Está editado por San Pablo, cuesta lo que cuestan una torta y un refresco y puede hacer que de pronto, en diez minutos o menos, tu corazón se llene de paz.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de agosto de 2024 No. 1519