Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Es legítima la preocupación por el pan de cada día, como del vestido, una casa decorosa y por eso es necesario el trabajo con su justa retribución.

Pero no podemos quedarnos en el horizonte meramente material y utilitario con el gravísimo peligro de ser esclavo de lo superfluo y efímero, bajo la moda consumista.

Es necesario abrirse al horizonte de Dios, el horizonte de la fe y de la vida eterna.

En el fondo del corazón existe esa nostalgia de eternidad feliz que solo Dios nos puede donar.

De hecho, el Padre Dios nos entrega a su Hijo para creer en él, pues es quien nos abre las puertas de la vida eterna, es decir, el corazón del Padre.

‘…es mi Padre, -dice Jesús, quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo’ (Jn 6, 24-35).

Es por tanto, el Padre quien nos da a Jesús en virtud de la encarnación con su humanidad santísima, en cierta forma, se ha unido a toda persona humana. El misterio de la encarnación se prolonga en la Santísima Eucaristía que es Jesús mismo quien a través de este sacramento actualiza el acontecimiento de amor al Padre en su entrega total en el sacrificio de la cruz. El Padre acepta el sacrificio por eso lo resucita (cf Hech 2, 23 ss.; Fil 2, 8 ss.). Sacrificio de obediencia al Padre, por amor a toda la humanidad.

La Eucaristía, es el Pan que el Padre nos da, no es algo, es alguien, es Jesús como Acontecimiento real de salvación y él de este modo nos hace participar de la divinidad común al Padre, al mismo Hijo y al Espíritu Santo.

Este es el maravilloso y admirable sacramento el cual nos abre a la fe en la comunión con el Padre, a través del Hijo-Eucaristía para poseer el mismo dinamismo del Espíritu Santo.

Por la Eucaristía participamos de la humanidad de Cristo, su cuerpo y su sangre, para participar de la divinidad.

Así como el Padre al engendrar eternamente al Hijo, en cierto modo en el Hijo el Padre nos engendra y con el Hijo nos hace participar de la persona-don, el Espíritu Santo-Amor.

 

Imagen de Andrea Marquina en Cathopic


 

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