La Imitación de Cristo es un libro denominado clásico dentro de la literatura mística. Ha sido traducido a la par de la Biblia. Es un texto espiritual redactado para monjes y frailes que buscan vivir al ejemplo de Cristo, pero también es un texto para todo cristiano católico que tiene la necesidad de fortalecer su vida interior, conocer el gran regalo de la Eucarística y la vida devocional como pilar a una vida cristiana. El texto esta compuesto de cuatro grandes temas: Avisos provechosos para la vida espiritual, De la conversión del interior, De la Consolidación del ingeriros y Del Santísimo Sacramento. En sus 71 páginas encontraremos una diversidad de capitales a modo de consejos. En esta edición te presentamos un breve resumen de la obra de Tomás de Kempis.

AVISOS PROVECHOSOS PARA LA VIDA ESPIRITUAL

Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuida: que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se paso: y no buscar con solicitud el gozo perdurable.

Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: No se harta la vista de ver ni el oído de oír (Eccl., 1, 8). Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia, y pierden la gracia de Dios.

No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay que, el saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el alma; más la buena vida le da refrigerio, y la pura, conciencia causa gran confianza en Dios.

Toda la perfección de esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna oscuridad El humilde conocimiento de ti mismo es más cierto camino para Dios que escudriñar la profundidad de la ciencia. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Pero porque muchos estudian más para, saber que para bien vivir, por eso yerran muchas veces, y poco o ningún fruto hacen.

No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras.

No confíes de ti mismo, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas, y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia ni en la astucia d ningún viviente, sino en la gracia de Dios que ayuda a los humildes y abate a los presumidos.

Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas ni en los amigos, aunque sean poderosos, síno en Dios, que todo lo da, y, sobre todo, desea darse a Sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosura del cuerpo, que con pequeña enfermedad destruye y afea. No te engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que desagrades a Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres.

Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen no quisiésemos meternos. ¿Cómo puede estar en paz mucho tiempo el que se entremete en cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.

DE LA CONVERSIÓN INTERIOR

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende.

Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como viento.

Pon en Dios toda tu esperanza, y sea El tu temor y tu amor. El responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.

No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.

Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y bienhechores?

¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te ofrece?

Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?

Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.

Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.

El que sabe andar dentro de sí, y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos.

El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores.

No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas.

El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.

Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuando atrae a sí las cosas de fuera.

Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que le odian.

Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su abatimiento le levanta a gran honra.

Al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a Sí y le convida.

El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está con Dios y no en el mundo.

No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior de todos.

Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.

El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.

El hombre apasionado, aun el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.

El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a la buena parte.

El que está en buena paz, de ninguno sospecha.

El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni el sosiega, ni deja descansar a los otros.

Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le convendría.

Piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.

Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo.

Hay algunos que tiene paz consigo, y también con los otros.

Otros hay que ni la tienen consigo, ni la dejan tener a los demás: molestos para los otros, lo son más para sí mismos.

Y hay otros que tienen paz consigo, y trabajan en reducir a paz a los otros.

Pues toda nuestra paz en esta miserable vida, está puesta más en el sufrimiento humilde, que en dejar de sentir contrariedades.

El que sabe mejor padecer, tendrá mayor paz. Este es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo.

DE LA CONSOLIDACIÓN INTERIOR

Oiré lo que habla el Señor Dios en mí.

Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla, y de su boca recibe palabras de consolación.

Bienaventurados los oídos que perciben los raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones mundanas.

Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro.

Bienaventurados los ojos que están cerrados a las cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.

Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales.

Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo.

¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios

Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.

Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.

Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.

No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.

No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.

¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortare tu gracia y misericordia?

No me vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no desvíes tu consuelo, porque no sea mi alma para Ti como la tierra sin agua.

Señor, enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante de Ti digna y humildemente, pues Tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y conociste antes que el mundo se hiciese, y yo naciese en el mundo.

El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado.

Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo bien sobretodas las cosas, del cual mana y procede todo bien.

No mira a los dones, sino que se vuelve al dador sobre todos los bienes.

El amor muchas veces no guarda modo, más se enardece sobre todo modo.

El amor no siente la carga, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene.

Pues para todos es bueno, y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama, desfallece y cae.

DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Me mandas que me llegue a Ti con gran confianza, si quiero tener parte contigo, y que reciba el manjar de la inmortalidad, si deseo alcanzar vida y gloria para siempre.

Dices: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé.

¡Cuán dulces y amables son a los oídos del pecador estas palabras, por las cuales Tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu Santísimo Cuerpo! Mas ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegarme a Ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos; y Tú dices: ¡Venid a Mí todos!

Muchos corren a diversos lugares para visitar las reliquias de los Santos, y se maravillan de oír sus hechos, miran los grandes edificios de los templos, y besan los sagrados huesos guardados en oro y seda. Y Tú estás aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío, Santo de los Santos, Criador de los hombres y Señor de los ángeles.

Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la novedad y por la curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que sacan muy poco fruto de enmienda, mayormente cuando andan con liviandad, de una parte a otra, sin contrición verdadera. Más aquí, en el Sacramento del Altar, estás todo presente, Jesús mío, Dios y hombre; en él se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que te recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae ninguna liviandad ni curiosidad o sensualidad; sino la fe firme, la esperanza devora, y la pura caridad.

Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al mundo.

A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de agosto de 2024 No. 1519

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