Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La palabra ‘evangelio’, -evangelium, es históricamente, la buena nueva imperial, del Caesar Imperator Augustus.

San Mateo nos da el Evangelio, la Buena Nueva del Reino, cuyo corazón es el ‘ágape’, el amor de la entrega de sí mismo total en la enseñanza y exigencia del Reino que son las Bienaventuranzas.

San Juan nos ofrecerá el Reino del Logos, de Aquél que es la Palabra-Acontecimiento que se hizo Hombre y se nos ofrece Ágape-Amor en su entrega total en el misterio de la Cruz y que admirablemente se hace Ágape-Amor, -Eucaristía, como Pan que da la Vida y la Vida eterna. ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida’ (Jn 6, 41-51).

Comenta san Ignacio de Antioquía: ‘…partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre’ (Carta a los Efesios 20, 2).

Hemos de tener esa esperanza en la Santa Eucaristía, la prenda de la vida eterna. Cada vez que se celebra este misterio, ‘se realiza la obra de nuestra redención’ (LG 3), en el tiempo y de cara a la eternidad para que se realice el proyecto de Dios en nosotros, que es la plena comunión e intercomunión con las divinas Personas.

San Juan de la Cruz, poeta, místico, teólogo, que además de experimentar y sentir la divina transformación, expresa su vivencia en el Cántico Espiritual, Nº 39, 3 en el cual nos habla de la real y maravillosa transformación del alma en Dios por participación de sustancias y así el ‘alma…la informa y la habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo, que a ella aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación para unirla consigo. Porque no sería verdadera y total trasformación si no se transformase el alma en las tres Personad de la Santísima Trinidad…’ Y en el Nº 39, 7, añade: ‘! Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajo tantos bienes hechos ignorantes e indignos ¡.

Jesús tiene esa capacidad para compartir con nosotros su Vida divina que puede ser identificada con el Espíritu Santo, como lo afirma san Juan Crisóstomo: ‘Por medio de la sangre de Cristo derramada por nosotros, nosotros recibimos en la Eucaristía al Espíritu Santo, porque sangre y Espíritu forman una sola cosa. Así, gracias a la sangre que nos es connatural podemos recibir el Espíritu Santo que no nos es connatural’(Homilía Pascual 3,7).

La Iglesia por mandato de Jesús ‘hagan esto en memoria mía’ nos ofrece al mismo Cristo en la Santa Eucaristía, por la eficacia de su Resurrección y la comunicación del Espíritu Santo.

Que pena que ignoremos o tengamos en poca estima el alimentarnos con el mismo Cristo, que tiene esa proyección de eternidad.

No organicemos nuestra vida al margen de Dios. Hemos de disponer nuestro interior, ese espacio de las grandes comunicaciones divinas que es la ‘conciencia’, – como lo recordaba san Juan Pablo II, para escuchar su palabra, sincera y humildemente para sentir la atracción de Jesús.

Jesús nos ofrece el don inmerecido de su presencia, real y sustancial, para alimentar la fe y poseer su gozo y vivir el continuo agradecimiento al Padre que nos da a su Hijo, como Pan de Vida y de vida eterna.

Solo en Jesús participando de su ser, de su palabra y de su cuerpo sacramental podemos tener una vida de gran profundidad y calidad a lo divino, en el tiempo y luego en la eternidad.

Decía Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) el teólogo luterano antinazi y asesinado por este sistema autocrático y cruel, decía que ‘ser cristiano significa ser hombre no de un tipo de hombre, sino el hombre que Cristo crea en nosotros’.

El Evangelio de Jesús y Jesús Eucaristía realizan esta maravilla.

 

Imagen de Andrea Marquina en Cathopic


 

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