Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Es actualmente uno de los mayores directores de orquesta. Lo fue de la Filarmónica de Israel y de la Filarmónica de Nueva York. Zuben Mehta, hindú de origen judío, fue invitado a dirigir un concierto en el festival de primavera de Praga. El concierto se realizó en la fabulosa catedral gótica y el programa era la Novena Sinfonía de Beethoven. El director se preparó arduamente, ensayó con orquesta, solistas y coros, y se presentó con su impresionante magnetismo.

Ocho mil personas llenaban la catedral. Se hizo el silencio cuando de la batuta del director surgió esa cascada de luz, desde los pianísimos casi adivinados de las cuerdas del principio hasta el estallido de las voces y de los instrumentos del Himno de la Alegría de Schiller. Mehta había dirigido con ojos y corazón, con alma y manos, con gesto y voz, con una inspiración genial que mantuvo en éxtasis al auditorio.

Sonó estruendoso el acorde final que resonó en piedras y vitrales de la catedral. Se estremecieron los ocho mil oyentes. Pero no hubo aplausos. Ni un aplauso. Se había convenido no violar con un ruido profano el recinto sagrado. Al director le dolió el silencio. A la sinfonía de Beethoven la había faltado la respuesta final. Mehta se despidió de los músicos y subió al automóvil que lo esperaba. Era una noche fría.

Al voltear la esquina de la catedral, el automóvil tuvo que detenerse. Los ocho mil oyentes lo esperaban haciendo fila a lo largo de la avenida hasta el viejo puente sobre el río Moldau, mientras llenaban el trayecto con aplausos interminables. Mehta lloraba.

Todos necesitamos aplausos. Y un estímulo. Y una palabra de aliento que los jefes y superiores suelen negar. Un aplauso logra más que una reconvención, pero lo escamoteamos siempre. El padre jamás estimula y felicita al hijo, ni el patrón al obrero, ni el maestro al alumno, ni el gobernante al ciudadano. Pero eso sí, no se les escapa el menor error de los subordinados para endilgarles el ácido reproche, mientras niegan un gesto, una palabra acogedora capaz de ganar la buena voluntad y la mejoría de la conducta de quienes de ellos dependen.

Primera regla de las relaciones humanas: todos necesitamos un aplauso.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 23 de noviembre de 1996.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de agosto de 2024 No. 1517

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