Por Rebeca Reynaud

El alma que no reza es lo más frágil y vulnerable que existe.

Inmersa en la oscuridad se pierde y es arrollada inexorablemente por la concupiscencia del espíritu (errores, herejías), o por la de los sentidos, frecuentemente por la una y por la otra. El primer medio de defensa es la oración, hablar con Dios, que es la respiración del alma. La oración une a Dios de modo íntimo y profundo.

¿En qué se convierte una flor fresca y perfumada dejada sin alimento? En un palo que se parte al contacto con otro cuerpo.

“Al final de nuestra vida, una vez que hayamos alcanzado a Dios, nos daremos cuenta de que no existió nunca ningún problema” (C.S.Lewis).

Benedicto XVI dijo a los ingleses: “Os pido que miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero amor. Jesús está siempre allí, esperando serenamente que permanezcamos junto a Él y escuchemos su voz. En lo profundo de vuestro corazón, os llama a dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración, requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día. A menudo significa esperar a que el Señor hable. Incluso en medio del «ajetreo» y las presiones de nuestra vida cotidiana, necesitamos espacios de silencio, porque en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro verdadero ser. Y al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la redención de nuestro mundo” (septiembre 2010).

En el Libro de las Sentencias, Isidoro de Sevilla dice: “La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer”. “Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros. Todo progreso (en la vida espiritual) procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido” (3,8-9).

Dios había revelado su “nombre” a Moisés. Este “nombre” era más que una palabra. Significaba que Dios se dejaba invocar, que había entrado en comunión con Israel, dice Benedicto XVI en Jesús de Nazaret II (p.111).

¿Cómo anda nuestra fe en la oración de petición? Dice el Catecismo que en ella mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios. Por ser criaturas no somos ni nuestro propio origen, ni de dueños nuestras adversidades ni nuestro fin último.

El acontecimiento que se realiza en la oración, lo ha descrito Edith Stein en su libro Das Gebet der Kirche: «La obra de la redención se realiza en el secreto y en el silencio. Las piedras vivas, que deben servir para la construcción del reino de Dios, son talladas y pulidas en un silencioso diálogo entre el alma y Dios. El abandono total y amante del alma a Dios, el don que él le hace en correspondencia, la unión perfecta y estable entre el alma y Dios, esos son los movimientos más elevados del corazón, los grados más elevados de la ora­ción»[1]. Por tanto, para conocer el secreto profundo de la vida de una persona y captar lo que es de verdad, hay que mirar el misterio y la intimidad de su oración.

Cuando decides orar te conviertes en una antorcha. Cuando sientes necesidad de orar te iluminas.

San Gregorio escribió: Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios determinó concederles antes de todos los siglos. San Buenaventura afirma que tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a Él en demanda de socorro, pues deseando está y esperando que se le pida para volar en su auxilio.

Cuando pedimos, nuestra oración entra al infinito porque Dios no existe en el tiempo. Lo más grande es poder rezar. Por eso, Santa Catalina de Siena dejó escrito: El alma que persevera en la oración humilde alcanza todas las virtudes.

El profesor Juan José de Miguel, doctor de la Universidad de Navarra, dijo: El hombre necesitado es siempre religioso. El hombre satisfecho de sí mismo, orgulloso, no cree, no espera.

[1] E. STEIN, Das Cebet der Kirche, Paderborn 1936, citado en Edith Stein, par une moniale francaise, Seuil, Paris 1954, 97-98. Esta he­brea alemana, convertida al cristianismo, tras una brillante carrera (durante algunos años fue ayudante del gran filósofo Husserl, funda­dor de la fenomenología alemana, y enseñó en la Universidad), se hizo carmelita. Por ser hebrea, fue detenida por los nazis y murió en un campo de concentración. Fue beatificada el 1 de mayo de 1987 y ca­nonizada en 1998. Muchos de sus escritos se han perdido. Nos han quedado algunas publicaciones del período de investigación filosófica y algunos escritos religiosos.

 
Imagen de Ernesto Rodriguez en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: