Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Si alguien nos llamara “modernos” sería tanto como si nos considerara “antiguos”. Terminó ya la modernidad según vivimos hoy en plena posmodernidad. Sucede que la historia, igual que el hombre, va pasando por diversas etapas. Ayer fue la edad de piedra, hoy es la edad del dólar.

¿Cuáles son los rasgos negativos que perfilan la posmodernidad que llegó para quedarse largo tiempo?

  1. El placer. No nos gustan el deber y la obligación. No nos tiran los grandes ideales ni las grandes empresas. Vivimos para el placer y el disfrute de la vida. Bienvenida la fiesta y la diversión. Nada de preocupaciones metafísicas, sociales o políticas. ¿Dificultades? Se dejan de lado o se fuga uno al paraíso de las Drogas o a cualquier otro.
  2. El presente. A la posmodernidad no le interesa el pasado ni el futuro. Si la historia está liquidada y el porvenir es un enigma, pues a vivir el día y disfrutar el presente. ¿La cultura? Otro bostezo, una basura de cosas viejas, inútiles y aburridas. ¿Dios? No interesa plantearse el problema del más allá, de suerte que ser ateo o creyente queda al margen de la vida de tantos.
  3. El sentimiento. Si en épocas anteriores privó la razón hasta adorarla como la Diosa Razón, hoy lo que rige es el entendimiento. Ya no el rigor del pensamiento y de la lógica, sino la sensación ondulante y el instinto. Primero el corazón y luego el cerebro. Por eso al sexo se le confunde con el amor y al bienestar con la Felicidad.
  4. El subjetivismo. Abajo la ley natural que es superior y anterior a todas las leyes positivas. ¿Por qué ha de obligar una ley siempre y a todos? La ley soy yo. Cada cual establece su Código a la carta. Y todo está permitido al antojo. La moral objetiva y universal se ha reducido a una moral al gusto, individualista y permisiva.
  5. El sueño universal. El hombre de hoy se mira provocado y atrapado por la publicidad y los medios de comunicación masiva. Es hijo de la imagen. Criatura de mamá-televisión. Descendiente del cine, esa fábrica de sueños. Cliente de la discoteca, de sus ruidos y luces mágicos. Va por las calles con los audífonos puestos. Viaja y labora con la pantalla encendida. Se sienta dos, cuatro horas al día para servirse su menú televisivo. La droga. La droga que crea dependencia mientras sumerge a la gente en un mundo fantasioso, un sueño inexistente, una realidad irreal.

A pesar de los logros, es preciso acusar a la posmodernidad de decadente como que ha engendrado a un hombre y a una Sociedad light. Un hombre reblandecido, deshuesado, superficial.

Publicado en El Sol de San Luis, 1 de octubre de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de julio de 2024 No. 1516

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