Por P. Fernando Pascual
Leemos con rapidez cientos de mensajes. Creemos que entendemos los contenidos, al menos en lo esencial. Luego nos damos cuenta de que hemos cometido errores graves de comprensión.
Así, al leer el mensaje que nos pide un informe urgente para el lunes, pensamos que sería este lunes y nos llenamos de angustia. Al volver sobre el mensaje, vemos que se trata del lunes de dentro de tres semanas…
Si nos dejamos llevar por las prisas, será frecuente que al leer algo haya malentendidos, y a veces las consecuencias serán casi ridículas: esperamos más de 15 minutos en la sala de reuniones sin que nadie llegue, cuando la reunión estaba prevista no a las 12, sino a las 15…
Los malentendidos respecto de noticias llevan a confundir cifras, fechas, hechos, protagonistas. No acusaron de fraude al ministro de hacienda, sino que el ministro de hacienda acusó a una empresa de estafa…
Entender bien las cosas exige atención, calma, ver las palabras en su conjunto, fijarse en los detalles. Cuando sea necesario, habrá que leer dos, incluso más veces, el mensaje.
Si después de un rato tenemos dudas, hay que volver sobre el texto para refrescar la memoria o para controlar si realmente hemos comprendido bien lo que nos pidieron.
Lo anterior vale, y mucho, en la vida ordinaria, o ante las noticias que llegan y pasan con velocidad incontrolada. Vale también para asuntos de mayor transcendencia, por ejemplo cuando se trata de comprender bien la fe católica y las verdades que deben guiar nuestra vida ética.
Un error en las cuentas puede hacer que devolvamos 5 cuando teníamos que devolver 10. Pero un error en lo que se refiere a los mandamientos y a las condiciones que permiten distinguir entre pecado venial y pecado mortal pueden llevarnos a palabras o acciones que ofendan gravemente a Dios y a los demás, sin que nos demos realmente cuenta.
Hoy leeré mensajes, escucharé noticias, leeré varias páginas de un libro. Busco una buena concentración. Me esfuerzo por no cortar frases con la excusa de que “ya entendí”. Analizo con calma cada frase.
De este modo, evitaré muchos errores (no todos: sigo siendo humano). Sobre todo, podré orientar mis pensamientos y mis actos desde una mejor comprensión de los asuntos que tienen más importancia para mi vida y para las vidas de quienes están a mi lado.
Imagen de Niek Verlaan en Pixabay