Hace varios años, entrevisté vía zoom, al historiador michoacano Carlos Herrejón. En su momento presentamos la entrevista en El Observador y en otros medios. Sin embargo, hubo alguna parte que, por deficiencias de audio quedó inconclusa. Venturosamente la he podido rescatar y resumir en una serie de cuestiones que –en el México polarizado y violento de septiembre de 2024– tienen enorme relevancia. (J.S.)
–¿Cuál es el más grande mérito que debemos recuperar del “buen cura” don Miguel Hidalgo y Costilla?
Hidalgo, es innegable, dio su tiempo, su vida, para que existiera una nación justa. No se trata de bajarlo totalmente del pedestal. No todos damos su vida por la patria.
–¿Por qué cree usted que está bien llamarlo “padre de la patria”
Porque tenía una gran sensibilidad por “los de abajo”. Veía toda la opresión y eso lo sublevó. Como párroco se dio cuenta que la situación era intolerable. Él prendió la mecha. Pero sabía perfectamente bien que corría un riesgo. Y lo corrió.
–¿No fue un tanto prematuro su llamado a la guerra?
El ejército de Hidalgo se fue haciendo. Él convocó a las masas no a quienes estuvieran capacitados. La convocatoria del cura fue para todo el país. Nueva España estaba esperando que alguien iniciara el movimiento.
–¿Podría haber sido un movimiento pacífico?
Indudablemente, la Independencia generó una cauda de muerte y destrucción. Dice el doctor Mora que la revolución de Independencia de México “fue tan destructora como necesaria”.
–¿Qué nos dice Hidalgo el día de hoy?
Justamente, que no hay que llegar a esos extremos. Que no tenemos que llegar a estos excesos para salvaguardar los valores que él trató de rescatar. Estamos en el momento preciso para hacerlo nosotros. Y no que venga una conflagración social.
–¿Qué nos advierte Hidalgo a los mexicanos, 214 años después del “grito de Dolores”?
La advertencia de Hidalgo tiene que ver con la vivencia de una auténtica libertad. No la libertad individualista que estamos padeciendo. No hacer lo que yo quiero, sino respetar los límites físicos y morales. No somos dios cada uno para hacer lo que nos venga en gana. Los demás son nuestros hermanos, nuestros prójimos. Es, entonces, necesaria la solidaridad. También de respetar la verdad. No debemos engañarnos; no debemos hacer de nuestra situación familiar, social y política una maraña de mentiras.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de septiembre de 2024 No. 1523