Por Jaime Septién

El 16 de septiembre de 1810, en el Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, el cura Miguel Hidalgo, al frente del recién formado ejército insurgente, decidió tomar un estandarte con la Virgen de Guadalupe que se encontraba en la sacristía. ¿Un estandarte tomado de un templo?

Según Lucas Alamán: “Al pasar por el santuario de Atotonilco, Hidalgo, que hasta entonces no tenía plan ni idea determinada sobre el modo de dirigir la revolución, vio casualmente en la sacristía un cuadro de la Virgen de Guadalupe y creyendo que le sería útil para su empresa en la devoción tan general a aquella santa imagen, la hizo suspender en el asta de una lanza y vino a ser desde entonces el ‘lábaro’, o bandera sagrada de su ejército”.

Alamán no se equivocó al decir que Hidalgo vio un “cuadro” (y no un estandarte) en la sacristía de Atotonilco. Porque de un cuadro se trataba. Era una Virgen de Guadalupe pintada por Andreas López cinco años antes del inicio del movimiento. En el reverso del cuadro, está la siguiente leyenda: Andreas Lopez fecit Mexxici aº. 1805. Este pintor tuvo oportunidad de “tocar” el ayate del Tepeyac. Hidalgo tomó la pintura, le quitó el bastidor y la alzó con una pértiga. Emblema de la insurgencia y símbolo de la nueva mexicanidad que se dibujaba en el horizonte del siglo XIX. Hoy mismo espera volver a serlo, pero de otra “revolución”. La revolución de la solidaridad.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de septiembre de 2023 No. 1470

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