Editorial

Muchos jóvenes y otros no tanto, se preguntan a cuento de qué viene hablar de los curas Hidalgo y Morelos, sobre todo del primero, como los forjadores de nuestra Independencia y los artífices de nuestra libertad. “Si seguimos siendo dependientes, ya no de los españoles, pero ahora de los estadounidenses”, suelen decir, cuando llega el tiempo de celebrar tanto el “grito” del 15 de septiembre en la noche.

Es verdad, la dependencia económica nos ha puesto de rodillas ante el gigante del norte. Miles de nuestras mejores manos se van al otro lado para malvivir y mandar los dólares que les dan vida a sus familias en este lado del Río Bravo. Y mil otras formas de dependencia nos atan y, a menudo, nos aniquilan. Pero ninguna como la esclavitud.

Hidalgo, tanto en Valladolid (hoy Morelia) como en Guadalajara, en 1810, abolió la esclavitud que no solamente era de la población negra traída por los traficantes desde África, también lo era de los naturales, de los mulatos y de todas las “castas inferiores” de la Nueva España. Hurgando en los archivos coloniales se echa de ver que la compraventa de esclavos era una actividad mercantil perfectamente legalizada.

En “Los sentimientos de la Nación”, Morelos hizo lo mismo: prohibir la esclavitud. Los primeros que se unieron a los ejércitos insurgentes fueron miembros de las “castas inferiores”. Con todas las contradicciones que fueron propias de ambos sacerdotes, nos dejan un legado que deberíamos honrar: la Virgen de Guadalupe liberó a todos los hijos de este suelo de la esclavitud. La fe en ella de Hidalgo y Morelos los llevó a poner su enseñanza en la práctica, aun a costa de su vida. Por eso son libertadores.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de septiembre de 2023 No. 1470

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