Por P. Fernando Pascual
La reunión había sido larga, sincera, y no faltaron debates y tensiones.
Uno defendía la importancia de ampliar la sala para el capítulo. Otro pedía mejorar el sistema de conexión para los teléfonos. Otro se quejaba de la cena de los domingos. Otro pedía vidrieras nuevas para la capilla del noviciado.
Un monje joven escuchaba con atención. Detrás de las diferentes propuestas había deseos de mejora, a veces asuntos acumulados desde hacía mucho tiempo.
Pero percibía que su corazón no sintonizaba con algunas aportaciones. Tomó un papel y un bolígrafo y escribió unas notas para el padre abad.
“Padre, perdone si le abro así mi corazón. Sé que estas líneas expresan básicamente lo que pienso y siento. Quizá haya algún otro padre o hermano que piense como yo.
Hubo varios momentos en los que internamente reaccionaba ante algunas propuestas, incluso con angustia. ¿Es que olvidamos el mundo que nos rodea? ¿Es que vinimos al monasterio para tener comodidad o evitarnos problemas?
Recordé cómo tantos cristianos mueren en persecuciones arbitrarias aquí y allá. Recordé seminarios pobres que no tienen ni para pagar la luz y que comen lo básico. Recordé a los jóvenes que van al frente en una guerra absurda.
Recordé, sobre todo, a ancianos, enfermos, pobres, que esperan compañía, además de una ayuda material que incluya medicinas, alimentos, y otros bienes básicos.
Nosotros podemos prescindir de una nueva vidriera, o de una mejor conexión a Internet, o de un aumento de tamaño en la sala capitular.
¿Por qué no pensamos más en las personas que sufren en su cuerpo, a las que podríamos ayudar renunciando a algunos de los proyectos que hoy se discutieron?
Sobre todo, pensé en tantas almas que esperan consuelo en sus penas interiores, esperanza ante sus dificultades, misericordia para salir del pecado, consejos de auténticos padres espirituales.
Salí de la reunión algo triste. Sé que yo mismo podría hacer mucho más por otras personas, pero si la comunidad tuviese otras prioridades, seguramente encontraría en ella un buen apoyo para salir de mí mismo y vivir a fondo el Evangelio.
Perdone que le abra mi corazón con este mensaje. No soy nadie para reprochar a otros. Dios sabe que caigo muchas veces en el pecado, y que con frecuencia pienso más en mi bienestar que en Dios a quien teóricamente me he consagrado.
Simplemente quería manifestarle mi angustia interior. Le pido una oración para que me lance a ser un buen apóstol de Jesucristo, para que no me ahogue en un mundo pequeño y egoísta, y para que cada día dé lo mejor de mí mismo en la tarea de llevar la misericordia de Dios a mis hermanos”.