Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Recurrentes son las menciones que el Papa Francisco hace del arte literario y del arte poético en particular. Acostumbra a citar a los autores de sus lecturas y referirse al tema literario –novela y poesía– con mayor amplitud y esmero. A México llegó citando a Octavio Paz y, por donde camina, no deja de mencionar a los poetas y narradores del lugar. Ahora nos acaba de regalar una “Carta sobre el papel de la Literatura en la formación” de sacerdotes y laicos de incalculable valor. Hará época.

En su participación en la Conferencia promovida por la Civiltá Cattólica y la Universidad de Georgetown, había exhortado ya a los narradores participantes  a desplegar su creatividad para “ayudarnos a leer el misterio de la vida humana”, concluyendo con esta confesión: “Las palabras de los escritores me han ayudado a comprenderme a mí mismo, al mundo, a mi pueblo; pero también a profundizar en el corazón humano, a ahondar en mi vida personal de fe, e incluso en mi tarea pastoral, incluso ahora en mi ministerio”.

Explícito fue también el Papa Francisco en su mensaje para la “IV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales” en el que, inspirado en cita bíblica del Éxodo (10,2), donde Dios exhorta a Moisés “a contar al faraón” todo lo que había hecho en favor de su pueblo, invitándolo a liberarlo.  Así, la literatura bíblica se convertirá en la biblioteca de las grandes narraciones de las hazañas de Dios para con Israel, y de la poesía excelsa de Job, del Cantar, de los Salmos y de los Profetas. La mitad del Antiguo Testamento es poesía. La palabra de Dios se hizo literatura como presagio de la encarnación del Verbo de Dios en la carne de María.

A los participantes en el evento citado, el Papa los invitó a “tejer historias” que, en medio de la confusión reinante, “nos hablen de nosotros y de la belleza que poseemos… que sepan mirar el mundo y los acontecimientos con ternura; que cuenten que somos parte de un tejido vivo en el que estamos entretejidos los unos con los otros”.

Este tema del “tejido” narrativo mereció particular interés a Irene Vallejo quien, en su erudita obra sobre la historia del Libro en el mundo antiguo, intitulado El Infinito en un Junco (II, 44), recuerda las lecturas maternales de su infancia y cómo, “desde tiempos remotos las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera”.

Allí las mujeres, junto a la rueca, devanando historias, desatando el nudo de la trama literaria y, perdido a veces el hilo de la trama, han sido conducidas a un desenlace inesperado. Allí han sembrado el amor a la lectura y enriquecido la trama de su vida y la de sus hijos. En efecto, la literatura, asomándose como el hilo por el ojo de la aguja, enhebra nuestra historia hasta atraparnos, unas veces, en la urdimbre de un texto literario o, en otras, en las engañosas redes electrónicas.

El Papa dice que, así como el hombre “necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (desnudez) (Gn 3,5), “también es el único ser que necesita revestirse de historia para custodiar su propia vida. No tejemos solo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de tejer implica tanto a los tejidos como a los textos”; y concluye: “El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días”.

Al tejer el hombre su propia historia, continúa la obra de Dios, como confiesa el salmista: “Tú, Señor, me has tejido en el seno materno… todos mis días estaban inscritos en tu libro, hasta el primero”. Concluida la tarea, “se cortará la trama” y, con sorpresa infinita, “seremos revestidos de inmortalidad”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de septiembre de 2024 No. 1522

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