Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Con una extensión de 19 mil kilómetros cuadrados, el territorio veracruzano que va del río Cazones, en Poza Rica, al Pánuco y Tamesí, en Tampico, fue erigido como Diócesis, con sede episcopal en la ciudad de Tuxpan, hace 60 años. Entre la costa y la montaña goza y sufre, a la vez, del regalo de Dios, su naturaleza rica y frondosa, y también objeto de expoliación. Dios le regaló como primer obispo a monseñor Ignacio Lehonor Arroyo, que fuera colaborador abnegado y prolongación viva en celo y trabajo misionero de san Rafael Guízar Valencia. Su ejemplo perdura.

Como suele suceder con una diócesis nueva, todo estaba por hacer y acondicionar: Seminario, catedral, curia, economía, sustento y, sobre todo, aprender a caminar juntos, obispo y presbíteros, acompañados de los fieles laicos, hacia una meta concreta y factible: el Plan Diocesano de Pastoral. Esta pobreza, cambiada en riqueza por la mano providente de Dios, es ahora lo que quiero compartir.

El protagonismo de los indígenas

Me refiero a la riqueza pastoral que inspiró a monseñor Ignacio a poner todo su empeño en la formación de los agentes de la pastoral, y en particular a los fieles laicos a integrarse con su párroco en la obra evangelizadora de su parroquia y comunidades. Encontró en los sacerdotes disposición suficiente y en los fieles laicos respuesta favorable y entusiasta. Aprovechando las estructuras ya existentes y perfeccionándolas, llegó a contar en las parroquias de prevalencia indígena, con catequistas varones bilingües en número extraordinario: parroquias de varios cientos de hermanos indígenas, autoridades constituidas en sus comunidades, convertidos en Catequistas autorizados.

El párroco solía dividir la parroquia en cuatro regiones. Cada semana se reunía con los catequistas de una de ellas y preparaba la catequesis y la celebración dominical de la Palabra para su región. Así, cada mes, durante todo el año. Esto permitía que todos los poblados tuvieran catequesis e instrucción permanente. Tarea básica era la formación. Por eso, cada año se reunían los catequistas, durante un mes, en la cabecera parroquial. Allí recibían instrucción de personas capacitadas, sacerdotes y religiosas, para su formación. El sostenimiento lo iba previendo el párroco durante el año, además de las aportaciones de los fieles. Cada comunidad sostenía a la familia del catequista durante el mes de formación.

Un “morral” muy especial

El “Morral del Catequista” era de suma importancia. Contenía: 1. Biblia Latinoamericana; 2. Documento de Puebla (CELAM); 3. Exhortación Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI; 4. Texto de las Celebraciones; 5. Grabadora y cassetes con cantos; y 6. Un Diccionario para quienes no hablaban suficientemente el español. Por supuesto, todos eran bilingües del idioma náhuatl, aunque no faltaban huastecos y totonacos. El catequista responsable de su comunidad, cada año debía presentar para el curso a un aspirante a catequista, de modo que el número aumentaba o se mantenía constante. El Catequista era persona respetada en la comunidad y formaba parte, muchas veces, del Consejo parroquial.

En la actualidad la Diócesis de Tuxpan cuenta con más de 80 parroquias, un poco mayor el número de sacerdotes, todos nativos de la región, y, de entre ellos, 30 Sacerdotes Indígenas Bilingües, gran bendición de Dios para su iglesia y, en particular, para sus comunidades. Catequistas que lo habían sido durante largos años, experimentados y ejemplares, reciben la formación humana y teológica complementaria y, bajo la dirección y responsabilidad del Pastor diocesano, son ordenados presbíteros. Por ahora, la joven diócesis de Tuxpan tiene el mayor número de sacerdotes indígenas bilingües de México para la gloria de Dios y la salvación de sus hermanos.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de abril de 2023 No. 1448

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