Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Aunque es innato en el ser humano, de diversos modos y alcances, la voluntad de poder, sin embargo, Friedrich Nietzsche (1844-1900) acuñó filosóficamente este concepto como el motor de la ambición y la demostración de la fuerza en un nivel de ‘pathos’ porque la vida no está en la línea de un fin trascedente o divino, porque el mundo no es obra de Dios, sino de esa voluntad de poder.

Esa postura, tristemente célebre, ha llevado a las locuras de los dictadores como Hitler, que nos embarcó en la Segunda Guerra Mundial y a su nación, porque Alemania necesitaba, según él, un espacio vital para desarrollar su genio y su poder. Todavía sigue habiendo personajes que encarnan esa voluntad de poder, para desgracia de sus naciones.

En un contraste radical, tenemos la enseñanza evangélica de Jesús: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mi me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado” (Mc 9, 30-37).

Por supuesto, que no está mal el tener grandes aspiraciones y buscar honesta y lealmente ser el primero; pero el punto clave, es la motivación. No se trata de caer en la trampa satánica de pretender ‘ser como Dios’, sino de asumir el estilo de Dios-Amor, que es, como dice san Juan de la Cruz, ‘la Suma Humildad’.

Dios, revelado y manifestado en Cristo Jesús, manifiesta su grandeza aceptando el escándalo de la cruz y la más pavorosa humillación, su pasión y su muerte; será el Siervo doliente, el Siervo crucificado, que después resucitará al tercer día por beneplácito del Padre. Así se manifiesta que, siendo el último de todos, contado entre los malhechores, será el más grande, el Rey de Reyes y Señor de Señores.

El acoger al niño, – a los débiles equiparados a los niños, que requieren respeto, ternura, atenciones, y cuidados, es el símbolo real de Dios, que asumió y sigue asumiendo la condición del niño.

La enseñanza de Jesús, además de recordarse, es necesario hacerla vida de nuestra vida, lejos de toda ambición y vanidad.

Imitar a Jesús no es fácil; conduce a la crucifixión, pues no es el camino del éxito y del poder, aunque desembocará finalmente en la resurrección: ‘si con él morimos, con él resucitaremos’.

Hoy en día las crisis de familias y el deterioro de las parejas, pone en grave peligro a los niños, que padecen sus consecuencias y a veces se les orilla a la soledad.

Una nación que desea el bienestar, debe, ante todo, cuidar, acoger y educar bien a las nuevas generaciones, a través de una educación integral de la persona, que exige una gran responsabilidad por parte de todos. Sentirnos responsables de la niñez significa acoger al mismo Cristo Jesús en nuestras vidas y en nuestra sociedad.

Educar a los niños y jóvenes, es una de las tareas más grandes y sublimes de un pueblo. En ella está el futuro de una nación y el futuro del Cielo. Somos ciudadanos de este mundo y ciudadanos de la gloria del Cielo.

Quien acoge a un niño en el nombre de Cristo Jesús, acoge al mismo Cristo.

Ser el primero, en la línea de Jesús, es ser el servidor de todos.

 
Imagen de ariyandhamma en Pixabay


 

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