Por P. Fernando Pascual

No resulta fácil encontrar una buena ley electoral que permita construir un Estado democráticos. Ello explica que existan leyes electorales deficientes, incluso “antidemocráticas”.

Es obvio que la ley electoral se convierte en una especie de “filtro” a la hora de establecer quiénes pueden ser elegidos y con qué sistema de recuento de votos se distribuyen escaños en los parlamentos y en otras estructuras participativas.

Pero ese filtro está dañado si permite que un número inferior de votantes pueda contar con un número de representantes superior al número de representantes elegidos por un número superior de otros votantes.

Por poner un caso concreto: existe un sistema electoral de una región de España en la que cada provincia cuenta con un mismo número de representantes elegibles (25), mientras que la población de una de esas provincias resulta ser doble respecto de otra provincia de la misma región.

Así, si triunfa un partido político en la provincia menos poblada, puede conseguir más escaños que otro partido político que obtenga muchos más votos en la provincia más poblada.

Se genera así una injusticia contra la democracia en su sentido auténtico. Porque una verdadera democracia refleja la realidad de las preferencias de los votantes, según un sistema de elección en la que cada voto valga lo mismo.

Si la ley electoral hace que el voto de una minoría esté más representado que una mayoría, tal ley electoral es, simplemente, antidemocrática e injusta.

Lo sorprendente es que en varios lugares del mundo existen leyes electorales injustas que no permiten al pueblo ser representado realmente según los porcentajes de votos, leyes que perviven a lo largo del tiempo.

Ello puede tener diversas explicaciones. Por ejemplo, algunos sostienen tal injusticia con la excusa de promover la gobernabilidad y evitar así una excesiva fragmentación en los parlamentos.

Pero la defensa de la gobernabilidad no puede ir contra el criterio base de toda democracia: reflejar los intereses reales de la gente.

Mientras pervivan leyes electorales que impiden a las mayorías reales ser reflejadas en los diversos niveles de gobierno, desde el local hasta el nacional, no existirá auténtica democracia.

Al revés, quienes realmente defienden la democracia buscarán no el bien de interesen locales, de grupos de presión o de partidos políticos, sino el bien de la gente, y encontrarán maneras adecuadas para modificar las leyes electorales de forma que permitan que los votantes elijan a quienes los representen de verdad.

 
Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay


 

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