Por Alessandro Di Bussolo – Vatican News
En la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México, el cardenal prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, en representación del Papa Francisco, celebró el 14 de septiembre pasado la Misa de beatificación del padre Moisés Lira Serafín (1893-1950), misionero del Espíritu Santo y fundador de la Congregación de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada. Fue, dijo, un testigo de la alegría de hacer siempre la voluntad del Padre como hijo, pero también un gran director espiritual.
El nuevo beato, el padre Moisés reprodujo en sí mismo «la imagen de Cristo Hijo, manso y humilde», y propuso este rostro de Jesús «también la imitación a sus hijas espirituales, las ‘Misioneras de la Caridad de María Inmaculada’, guiándolas por el camino de la infancia espiritual».
Hablaba de Dios como un verdadero hijo y hablaba de él «como un verdadero padre, haciéndolo con una ternura que impresionaba», y vivía la «pequeñez» de un hijo, con la alegría de hacer siempre la voluntad del Padre, incluso cuando estaba muy enfermo y postrado. Pero fue también un gran maestro de paternidad espiritual, y confesor, para muchas personas ‘a las que también «orientó en su opción de vida».
Así se refirió el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, al sacerdote mexicano Moisés Lira Serafín, misionero del Espíritu Santo que vivió en la primera mitad del siglo pasado, en la homilía de la Misa de beatificación, celebrada hoy, como representante del Papa Francisco, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México.
Imitaba a Jesús, Hijo manso y humilde
Refiriéndose al pasaje del Evangelio de Mateo que protagonizó la liturgia, aquel en el que Jesús invita a los discípulos a hacerse pequeños como niños, para ser «el más grande en el reino de los cielos», el cardenal recordó, con san Bernardo, que el pequeño al que debemos imitar «es Jesús, que era manso y humilde de corazón».
Y ésta, subrayó, fue una de las características del nuevo beato, que nació en 1893, en la zona de Puebla, fundó en 1934 la Congregación de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, con la misión de ayudar a todas las personas a vivir como hijos amados de Dios, y murió en 1950 en la Ciudad de México.
El padre Moisés, como dijo un testigo en el proceso de beatificación, recordó Semeraro que «cuando se trataba de Dios hablaba como un verdadero hijo y hablaba de Dios como un verdadero padre». Lo que todos debemos hacer, continuó, es intentar rezar ya durante esta santa Misa, «con alegría y con confianza», la oración del Padre Nuestro.
Gozoso y juguetón incluso en la enfermedad
A este espíritu de «hijo», el nuevo beato, admitió el prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, no llegó «siguiendo un camino fácil». De muy joven, recordó, perdió primero a su madre, cuando sólo tenía cinco años, y después se vio obligado a mudarse constantemente, a causa del trabajo de su padre. Pero «su carácter seguía siendo alegre, juguetón y bromista». Sus hermanos religiosos afirman que «su objetivo era hacer felices a los demás».
Incluso al final de su vida, dijo otro testigo, «vi personalmente al padre Moisés muy enfermo y postrado, y sin embargo bromeaba con nosotros. En medio de sus numerosas enfermedades, intentaba no ser una carga para todos nosotros y para los demás». Así es como el nuevo beato, para el cardenal Semeraro, vivía la «pequeñez» de la que nos hablaba el Evangelio.
El carisma de confesor y padre espiritual
La segunda característica del nuevo beato destacada en la homilía fue «su especial carisma para la dirección espiritual», como confesor, de seis a ocho horas diarias, pero también «en el acompañamiento de muchas personas, a las que también orientó en su opción de vida».
«Su infancia espiritual se transformó aquí en paternidad espiritual, con la que infundía en los corazones paz, confianza en Dios, seguridad. No abatía, sino que elevaba el espíritu, decían de él, y ésta es una necesidad muy sentida en la Iglesia de hoy».
Por eso, en el Instrumentum laboris de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, prevista para octubre, subrayando que «una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha, capaz de acoger y de acompañar», se propone «dar vida a un ministerio reconocido y eventualmente instituido de escucha y de acompañamiento», como «puerta abierta» de la comunidad, por la que las personas «puedan entrar sin sentirse amenazadas o juzgadas».
Encomienda a la «Virgen morenita» de Guadalupe
El cardenal encomendó todas estas intenciones «a la Virgen María, la Virgen morenita tan amada y venerada en este santuario de Guadalupe». Y recordó las palabras del Papa, del 12 de diciembre del 2022, en la Misa de la fiesta de Santa María de Guadalupe, cuando recordó que vivimos un «tiempo amargo, lleno de fragmentos de guerra, de injusticia creciente, de hambre, de pobreza, de sufrimiento».
Pero la fe y el amor de Dios nos enseñan «que éste es también un tiempo propicio de salvación», en el que el Señor, a través de la Virgen María, mestiza, nos sigue dando a su Hijo, y nos invita «a salir al encuentro de nuestros hermanos olvidados y descartados en nuestras sociedades consumistas y apáticas». En todo ello, concluyó Semeraro, nos puede ayudar también «el ejemplo y la intercesión del beato Moisés».
El milagro para la beatificación y la tumba
A la intercesión del padre Moisés Lira Serafín se atribuye la curación milagrosa de una mujer embarazada, Rosa María Ramírez Mendoza, que a las 22 semanas de gestación descubrió que padecía una anomalía fetal muy grave. La mujer se niega a interrumpir el embarazo, como le sugieren los médicos, y confía fielmente su situación al padre Moisés, cuyo libro sobre su vocación sacerdotal está leyendo en ese momento, invocando de él la curación durante nueve días consecutivos.
En una revisión en el sexto mes de embarazo, el médico, para su asombro, informó a la paciente de que la anomalía había desaparecido y el feto gozaba de buena salud. El 6 de septiembre del 2004, Rosa María dio a luz a Lissette Sarahí, una niña perfectamente sana. El padre Moisés está enterrado hoy en el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, en Ciudad de México. Aquí, donde ayudó a fundar y en el que sirvió en la década de 1930.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de septiembre de 2024 No. 1525