Por Rebeca Reynaud

Voy a hacer un resumen de lo que dijo Carlos Villar en 90 páginas, en septiembre de 2022.

El Espíritu Santo vivifica constantemente a la Iglesia y le concede sus dones multiformes en el transcurso de la historia. Haciendo uso de la imagen de san Francisco de Sales, la Iglesia es como un jardín en el que germinan muchas y diversas especies de flores. Cada una aporta un color y una fragancia particular. Cada una es como una nota que compone una sinfonía cósmica. En este marco se puede decir que, en un momento dado, Dios inspira a san Josemaría un carisma: la llamada universal a la santidad. Los treinta años de vida oculta del Señor, se erigen como el misterio de la vida de Cristo.

El despliegue del carisma a través de un mundo cambiante, conlleva una tensión entre la fidelidad al carisma recibido y la apertura a la historia. Este carisma es, por un lado, un anuncio al mundo entero, y por otro lado, es un carisma que se encarna en una institución y en la vida de algunos hombres y mujeres, a los que Dios llama con vocación divina. Para estos fieles el espíritu de la Obra no es algo accesorio, sino que es fuente de identidad. Esto vale para la institución como para cada miembro. Si esa identidad se desvirtuara, se debilitaría todo el conjunto.

La fidelidad al propio carisma es, por tanto, principio de identidad para el fiel del Opus Dei. Ahora bien, cada uno ha de encarnar el mismo espíritu de forma personalísima. Hay un común denominador pequeño y un numerador muy grande. Es imposible encorsetar a las personas, se romperían, o sencillamente, se irían.

Con todo, esta fidelidad al carisma no quiere decir que haya que nutrirse únicamente de los escritos fundacionales o del ámbito del propio carisma. El fiel de la Obra se alimenta, como cualquier cristiano corriente, de toda la riqueza de la vida de la Iglesia, fecunda en dones y en espiritualidades, pero desde el cauce del propio carisma.

En este sentido, San Cirilo de Jerusalén asemeja la acción del Espíritu Santo a la lluvia, que hace crecer a cada planta según su propia naturaleza (Catequesis XVI, Cd. Nueva Madrid 1992). La clave está en que nuestra forma mentis nos debería permitir leer a cualquier santo sabiendo traducir lo que enseña de acuerdo con el espíritu que Dios ha querido para la Obra. La vocación a la Obra tiene un carácter omnicomprensivo, esto es, ilumina y abraza todas las dimensiones de la persona. No hay aspecto o ámbito de la propia vida que quede al margen.

La secularidad

La vocación al Opus Dei es una concreción de la vocación bautismal. Se trata de buscar la santidad y cumplir la misión apostólica desde las actividades propias de la vida ordinaria. Ese rasgo es lo que se podría describir como secularidad. Esa tarea se realiza en la entraña de la vida civil, en medio de la calle. El apostolado propio del Opus Dei tiene que ver con la presencia de los cristianos en todos los lugares: en los hospitales, en la universidad, en la educación, en el cultivo del campo, en el taller, en la fábrica, en el teatro, en el hogar, etc.

El creciente paganismo de la cultura actual lleva a vivir, con frecuencia, contra corriente. No se debe buscar refugio de la agresividad del ambiente en un lugar acogedor y piadoso para encerrarse en él. Se trata de estar a todos los vientos, de ser contemplativos en medio del mundo, un mundo muchas veces herido, que hay que transformar con la gracia de Dios. Cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias, es cosa opuesta a la voluntad de Dios.

Son iluminantes las imágenes que el fundador de la Obra, san Josemaría Escrivá, utiliza para explicar este mensaje de la santificación en medio del mundo. Decía que somos una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad; el lecho conyugal y la mesa de trabajo son como un altar donde se unen el cielo y la tierra. Imágenes llenas de densidad teológica y antropológica.

La imponente crisis moral que atravesamos nos recuerda que hoy es más necesario que nunca que vivamos con pasión el trato con Jesucristo y el espíritu de reparación.

La Obra es familia y milicia. Si falla una, se cae la otra. La fe, como la vocación, no se puede vivir en solitario. Nos sostenemos unos en otros, por la Comunión de los Santos.

En toda vocación hay sacrificio, siendo solteros o casados, pero el sacrificio sin amor se hace estéril. Santo Tomás de Aquino llega a afirmar que “mientras los hombres no encuentren placer en la virtud, no podrán perseverar” (In decem libros Ethicorum Aristotelis ad Nicomachum Expositio, X, lect.6). La vida interior nos lleva a disfrutar con el bien.

Hay dos ámbitos fundamentales en la vida de toda persona: la familia y el trabajo. Hace falta crear puentes que unan la doctrina con la vida de carne y hueso. La fuerza de la formación radica en que vivamos lo que enseñamos, estudiemos y sepamos abrir horizontes. La gente tiene heridas, sueños, deseos, y la formación tiene que ir encaminada a ofrecer la respuesta que Cristo da a esas carencias.

Para saber más:

opusdei.org

 
Imagen de Alexa en Pixabay


 

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