Por Arturo Zárate Ruiz

Hace unos días supe de san Drogón. Podía repicar y estar en misa al mismo tiempo, según cuentan. Es el santo patrono de quienes bebemos café; es más, lo es de los feos: dos razones grandes para encomendarme yo a él. Sufrió en vida (siglo XII) graves enfermedades que lo deformaron. Sin quejarse, las hizo penitencia para la conversión de los pecadores.

Un santo también medio olvidado es san Gerulfo (siglo VIII). Nadie lo notó en vida porque hacía el bien muy calladito. Era muy humilde (aprendamos). En cualquier caso, un pariente suyo sí lo notó y, rencoroso de su piedad, lo mató. El mártir tenía apenas 18 años.

Algunos dirían que no hay por qué sorprendernos mucho de que no sepamos de él. ¿Quién bautiza a sus hijos con tal nombre? Por lo mismo no es costumbre hacerlo tampoco en honor de san Gerasio (siglo V), penitente que aplacaba leones; ni hacerlo para recordar a santa Prócula, aunque en su caso, tal vez, se evite porque fue esposa de Pilatos (es santa porque era cristiana y defendió a Jesús antes de que su marido lo condenase a muerte). Se evita también el nombre de san Vito (silgo IV), san Expedito (siglo IV) y el de san Lucas (el gran evangelista). Aunque estos últimos son apelativos raros porque se prestan sobre todo a bromas en los países en que se habla español.

Telmo (siglo XIII), Arnulfo (siglo VII), Simeón (el de Edesa, siglo VIII) y Pascual (siglo XVI), aunque quizás no sean nombres súper hermosos, no parecen servir para crueles chistes. Con todo, son de santos medio olvidados, salvo por ser uno patrono de los marineros, el otro de los cerveceros, el otro de los dementes (lo apodaban Loco, por su durísima predicación), y el último de los cocineros. Merece que los recordemos, son ejemplo de vida cristiana, y aun de muerte piadosa. San Pascual no sólo danzó de alegría en vida para celebrar a Jesús Eucaristía; también lo hizo después de muerto: sus restos se enderezaron entonces para rendirle adoración durante la consagración. Por eso se le dice “Bailón”.

Una posible explicación de que no escuchemos ya los nombres de estos santos podría ser no sólo su rareza, también que, tras el Vaticano II, las misas en memoria de los santos se redujeron en número. Y es razonable. La misa es ante todo una memoria de la muerte, pasión y resurrección de Jesús.

Sucede, sin embargo, que hay aun santos importantes cuyos nombres evitamos también, tal vez por terrible superstición. Ocurre con los nombres de algunas advocaciones de la Virgen, como Soledad y Angustias. Algunos piensan que se condenaría a eso a las bebitas así bautizadas. Se evita inclusive, por lo mismo, el nombre de Cruz para los niñitos, porque dizque se le desearía tal sufrimiento. Un cristiano, sin embargo, habría de admitir al menos que la ruta al Cielo pasa, con o sin tales nombres, por la soledad, las angustias y la Cruz, algo que, en el contexto de la gran esperanza, no habría de causarle miedo.

Sucede además que, por la secularización y la apatía por la religión, se evitan, ahora, aun los nombres de Jesús, José y María; si bien, en Estados Unidos se ha eludido siempre, al menos, el de Jesús, tal vez porque allí decirle yo a alguien “soy Yizus” suena a que estoy chalado. Pensarían que me creo Dios.

En fin, creo que debemos reconsiderar la memoria de los santos y de sus advocaciones. No estoy pidiendo que se sustituya el honor que se debe a Jesús en misa por recordar al justo del día. Pero sí debemos hacerlo en algún contexto y de manera frecuente.

Digámoslo así. Dios manda que lo amemos a Él sobre todas las cosas. Pero no nos lo prohíbe con el prójimo. El 4º Mandamiento exige que honremos a nuestro padre y nuestra madre. Es más, Jesús nos ordena que amemos aun a nuestros enemigos. ¿No lo vamos a hacer con nuestros amigos allá en el Cielo? ¿No son ejemplo ellos de los múltiples carismas con que nos reviste el Señor, siempre nuevos? Santa Teresita es patrona de los enfermos de sida, san José Cupertino de los aviadores, san Carlo Acuti de quienes acudimos al Internet. Eso sí, al checar el calendario para ponerle nombre a un niño, informémonos bien. No vayamos bautizar al nacido el 20 de noviembre como AniRev.

 

Imagen de Dimitri Conejo Sanz en Cathopic


 

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