Por Jaime Septién
Hay una nueva ideología que podemos calificar como la “cultura de la cancelación”. Se trata de un movimiento que está bien reflejado en la negativa de la presidenta Sheinbaum de invitar al rey de España a su toma de posesión y en la justificación que dio del por qué lo hizo.
El pretexto fue que Felipe VI no contestó en 2019 una carta del expresidente López Obrador en la que exigía al reino de España pedir perdón por los desmanes de la Conquista. En realidad, la explicación de la presidenta llevó el mismo mensaje que cuando, jefa de gobierno de la CDMX, retiró de Paseo de la Reforma la estatua de Cristóbal Colón. Algo así como: nos arrasaron con la espada y la cruz; por lo tanto, España y la Iglesia, además de pedir el perdón, deben ocupar un lugar marginal en la historia y en el presente de México, puesto que poco aportaron y mucho destruyeron…
La Iglesia, a través de los tres últimos papas, ha pedido perdón por los pecados de sus hijos. España lo hizo con el rey Juan Carlos I en 1990, en Oaxaca. ¿No fue suficiente? Nunca lo será para quien está empeñado en dividir en dos mitades a la nación. Octavio Paz –a quien nadie podría tildar de clerical o hispanófilo– lo dijo una y otra vez: si las dos mitades de México (la indígena y la española) no se reconcilian, seguiremos vagando, eternamente en el laberinto de nuestra soledad.
¿El Estado mexicano ha pedido perdón por las sucesivas persecuciones religiosas del México independiente? No. Ni lo va a hacer. ¿Entonces? Entonces hay que dialogar, hay que dar-lugar al otro (eso quiere decir diálogo, razón de dos). Somos un país mestizo, plural, riquísimo, que tiene sangre indígena y española, pero también afroamericana y asiática. Vasconselos vio en esto una raza cósmica. Un poco exagerado. Pero sí un pueblo único a los ojos de Dios. Por eso Guadalupe es morena, no morenista. Es de todos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de octubre de 2024 No. 1526