Por Jaime Septién

En la entrevista que le hice al nuevo presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el obispo de Cuernavaca Ramón Castro (publicada en El Observador el domingo 17 de noviembre) hay muchos detalles que auguran una relación seria y profunda con la administración morenista, encabezada por la doctora Claudia Sheinbaum. Destaco dos que me parecieron de suma importancia:

  1. 1. La Iglesia tiene un bagaje histórico insoslayable y puede colaborar con la presidenta en la tarea de procurar la paz, la justicia, la defensa de la vida, el cobijo y la superación de los pobres y la pobreza, así como la restitución del tejido social, roto de manera inmisericorde por la violencia de los grupos criminales y sus compinches. ¿La condición? Que la presidenta Sheinbaum se deje ayudar, que abra la puerta y reconozca lo que de manera conjunta se puede lograr por el bien común.
  2. Que la Iglesia no le va a bajar ni una sola rayita a la exigencia de paz con justicia que ha venido reclamando al régimen de Morena y a su fallida estrategia de “abrazos y no balazos”. En otras palabras: que se acabó —si es que la hubo— la época de la prudencia y ha iniciado la era de la exigencia. Nadie más como el obispo Castro, impulsor de marchas por la paz en Cuernavaca y del diálogo nacional por la paz en México, es el indicado para encabezar este momento histórico, cuando en el país – lo dice él en la entrevista, “corren ríos de sangre”.

Son dos advertencias que reinventan la narrativa de los obispos con respecto al oficialismo. La primera es el reconocimiento del peso histórico que tiene la Iglesia; la segunda, su representatividad. Más que amenazas, oportunidades. Claro está, si el realismo triunfa sobre la ideología.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de diciembre de 2024 No. 1534

 


 

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