Por P. Fernando Pascual
Entre las muchas amenazas contra la verdad, una resulta especialmente insidiosa: declarar como falso lo verdadero, o desprestigiar como engañador a quien difunde una verdad.
Así, si resulta verdadero que una pastilla daña a la salud de un porcentaje elevado de quienes la consumen, resultará nefasto declarar como mentira toda noticia que comente los peligros de esa medicina.
Si en una guerra un misil de un bando mató a civiles de su propio territorio, el ataque contra la verdad acusará a los enemigos de haber enviado ese misil, y etiquetará como enemigos de su pueblo a quienes acusen a los soldados de un terrible error.
En un mundo donde giran tantas mentiras, una de las peores consiste en eso: en despreciar la verdad de forma que solo brillen aquellas mentiras que interesan a algunos (particulares, grupos, incluso gobiernos).
Frente a esa insidiosa amenaza, ¿cómo podemos defendernos? Primero, con una actitud madura contra los prejuicios, que suelen ser fuente de desinformaciones y que facilitan el triunfo de los ataques a la verdad.
Luego, con un sereno análisis de lo que dicen los atacados, para ver sus argumentos, positivos y negativos, sin dejarnos ofuscar por quienes difunden denuncias más viscerales que argumentadas.
No siempre podremos evitar el daño de quienes promueven esa injusticia que declara lo verdadero como falso, y que, según la famosa frase, buscan matar al mensajero para matar el mensaje.
Pero si tomamos conciencia de esa amenaza contra la verdad, estaremos más precavidos y seremos más prudentes cada vez que nos encontremos con informaciones y contrainformaciones, y mantendremos vivo el deseo de acoger la verdad, venga de donde venga y duela a quien duela…