Por Rebeca Reynaud
Lo que no entiendo puede ser una adversidad o un revés. Ante esto, puedo hacerme tres preguntas:
- Señor, ¿qué me enseñas con esto?
- Esto, ¿adónde me lleva? ¿Adónde me quieres guiar, Jesús?
- Con esta circunstancia adversa ¿qué me concedes? Paciencia, comprensión, humildad. Son tus regalos que me vienen envueltos en mis experiencias cotidianas.
No queramos comprender las purificaciones que Dios nos manda, como le pasó a Job. Podemos decir al Señor: “no tengo más refugio que ocultarme en tu divino Corazón”. Cuando suframos hay que considerar que, efectivamente, los tiempos y los planes de Dios son perfectos. Nos dice el profeta Isaías: “En la quietud y en la confianza está tu fortaleza” (30,15).
La gran tentación de Israel en los cuarenta años en el desierto fue la murmuración. El tiempo de prueba a veces no lo aprovechamos para crecer sino para murmurar. Israel tuvo que pasar por el desierto para conseguir la promesa, y Jesús tuvo que pasar por el desierto antes de llegar a su ministerio. En el matrimonio también se pasan pruebas y se sale adelante con fidelidad, pero si se buscan las sensaciones, se cambia a una esposa más joven y se busca lo instantáneo, lo que conduce a un placer del momento, no a la felicidad. Todos los cristianos tenemos que pasar por un desierto, pero la persona que tiene fe profunda pasa por un desierto espiritual donde no sólo hay sequedad sino también hay ataques del demonio. Todos los santos han pasado por su desierto.
¿Cómo se pasa un desierto? Con fidelidad, así pasó Israel su desierto a trompicones, con la ayuda de Dios y la intercesión de Moisés.
Dios habla a través de un hombre, de Moisés. La obediencia del pueblo de Israel a Moisés era obediencia a Dios, su desobediencia era desobediencia a Dios, no a Moisés. Les acompañó la murmuración. Ahora la murmuración en la Iglesia es más sofisticada, y si no seguimos al Papa, no seguimos a Dios.
Un profesor pone pruebas para saber si sus alumnos aprendieron. Dios nos pone pruebas –no para saber cuánto podemos o sabemos-, Él conoce todo, nos prueba para enseñarnos lo que nosotros no sabemos, para que conozcamos nuestra debilidad. Cuando reconocemos que somos débiles, crece nuestro deseo de tener una fe más sólida, de tener más esperanza y más caridad, para aceptar lo que nos mande, y nos da la gracia mientras no perdamos la confianza en Él.
Cuando tengas dificultades y te preguntas dónde estará Dios, acuérdate que el Maestro siempre guarda silencio durante la prueba.
En la vida, los conflictos existen, el problema está en cómo se afrontan. El tiempo de prueba es tiempo de oración. La pedagogía de Dios es misteriosa, estricta y santa. Siempre está dirigida a un crecimiento espiritual que lleva sobre todo beneficios eternos. El que obedece a Dios, a pesar de lo inexplicable e impredecible de su pedagogía divina, triunfa y alcanza la gloria eterna. Dios busca darnos beneficios eternos primero, antes de otorgarnos cualquier bien temporal. El Espíritu Santo es el que realmente va a deshacer los conflictos.
Sería una santidad engañosa si no pasáramos por la prueba o por la tribulación. Le dice Jesús a una santa: “Por ningún motivo prestéis atención a las difamaciones y calumnias porque es parte del plan de mi adversario para que no escuchéis mi voz. Lo mismo hicieron con Jeremías, Daniel y Elías”.
Aquel que padece pruebas o cualquier clase de tribulación y las sobrelleva sin mermar su amor a Dios, alcanza en poco tiempo un grado de santidad elevado, aunque a los ojos propios y ajenos pase desapercibido.
Todo el que ama a Dios debe cargar con su Cruz, amarla y agradecerla. Dios da su cruz a almas que le van a responder, pero si alguna falla, su dolor es más grande que los pecados de mil pecadores, porque Dios espera todo de los que le aman, y ellos también deben esperarlo todo de Dios, dado que el verdadero amor es confianza en el amado. Hay que pedirle a Dios la gracia para superar la prueba, no que la retire, porque es riqueza espiritual para nosotros y se tornará en grados de gloria en el cielo, si la superamos.