Por Arturo Zárate Ruiz
Justo ahora mi mujer Lourdes y su cuñada Peque (otra Lourdes) compiten en adornar más rápido y mejor su casa para Navidad. Mi esposa ya sacó las lucecitas, revisa las esferas y no tarda en poner un pino artificial. El Nacimiento esperará a instalarlo, por eso de que tenemos nietos y otras criaturitas que agarran a los Reyes Magos de proyectil. Las criaturotas además nos tropezamos y quebramos lo que se nos atraviesa.
Durante esta tarea mi esposa tararea canciones de Navidad, muchas de ellas del gusto del vecino del norte (su repertorio es amplio). A veces yo la acompaño con algún laralá.
No nos sabemos la letra de muchas canciones, por lo que investigo. Una de las más alegres dice así:
«Solo escucha el tintineo de esas campanas de trineo, ring ting, hormigueo también; vamos, hace buen tiempo para un paseo en trineo contigo; afuera cae la nieve y los amigos llaman “Yoo hoo”; vamos, hace buen tiempo para un paseo en trineo contigo… Es grandioso, solo tomar tu mano; nos deslizamos junto con una canción de una tierra de hadas invernal».
La de “Cascabel”, en su original alemán, dice así:
«Cascabel, cascabel, paseo en trineo por la nieve; a través del bosque blanco de invierno, sobre el lago helado, hey, cascabel, cascabel, Pony corre rápido, porque en los días de invierno la luz no dura tanto; jóvenes y mayores esperan con ansias el hermoso invierno, en un agradable paseo en trineo tirado por caballos con los cascabeles; qué alegría por todas partes, nuestro valle está cubierto de nieve; cuando brille el sol de invierno, mi pony no se quedará en el establo».
Esta otra canción destaca entre las que nos ofrece Ray Coniff:
«Frosty, el muñeco de nieve era un alma alegre y feliz, con una pipa de policía de maíz y una nariz de botón, y dos ojos hechos de carbón; Frosty, el muñeco de nieve es un cuento de hadas; dicen que estaba hecho de nieve, pero los niños saben cómo él volvió a la vida un día; debe haber habido algo de magia en esa vieja gorra de seda que encontraron, porque cuando la colocaron en su cabeza empezó a bailar».
En todas estas canciones hay alegría que une a niños y adultos; se evoca el entorno navideño de los países fríos; se respira incluso amor tierno, como el tomarse de la mano. La música es pegajosa, por eso la tarareamos y aun bailamos. Y lo seguiremos haciendo. ¿Por qué no?
Pero noto que, aunque sean canciones navideñas, no se menciona claramente la Navidad, no se menciona a Dios que se hace Niño y duerme en el pesebre. Por supuesto, los cristianos lo traemos a la memoria. Pero como canciones resultan tan cristianas como saludar al vecino el 25 de diciembre con un “¡Felices fiestas!”
No niego que «la señal de los cristianos es amarse como hermanos», como dice la canción. Es más, según instruye san Pablo, entre las bendiciones divinas, «la más grande de todas es el amor». Pero un amor en el que se nos olvida Dios, en el que se pone fuera a Jesús; uno que deja de alimentarse de su verdadera fuente, se vuelve, en el mejor de los casos, su impostor telenovelero.
Digo esto porque ya no se festeja Navidad, ni al Niño Dios, sino los regalos que traía alguna vez san Nicolás, luego Santo Clos (como acá le decimos), o Papá Noel, o ese barbón y panzón que viste de rojo, o, no habiendo más, su reno. Y no digo que en todo esto falte la poesía que evoque la gran fiesta. Digo que ya no hablamos propiamente de Jesús, como tampoco hablamos ya de pedir por las almas en el Purgatorio el 2 de noviembre, sino de darle de comer a los muertitos, ni hablamos de la maternidad de María el 12 de diciembre, sino de que “no soy católico, pero sí guadalupano”. ¡Por favor!, no digamos esto último: ofenderíamos a nuestra Santa Madre.
Y nos deslizaríamos por ese despeñadero de la secularización, uno sin religión porque, según John Lennon en “Imagine”, sólo así se encuentra la paz, se es bueno y feliz. Pero no es así. No lo seremos mientras no bebamos de las aguas mismas que dan esa paz, esa felicidad, esa bondad, y que es Jesús. Pues dice bien san Pablo: «si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo». No bastan, pues, las esferitas, ni las lucecitas en un pinito, ni el laralá.