Por P. Eduardo Hayen Cuarón

PreguntaSoy una persona que le gusta preguntarse el porqué de las cosas. Veo que los animales se aparean y se reproducen naturalmente mientras que los seres humanos tenemos diferentes puntos de vista sobre el sexo. Los jóvenes lo ven como algo natural que todos deben practicar, mientras que muchas personas mayores dicen que es algo sólo para los casados. Quisiera saber qué piensa la Iglesia sobre el tema.

Respuesta: primero, hay una enorme diferencia entre el apareamiento de los animales y las relaciones sexuales entre personas. La diferencia es la libertad. Los animales no son libres y actúan sólo por instintos mientras que los seres humanos, debido a que estamos hechos a imagen de Dios, podemos decir «sí» o «no» a ciertos actos donde se juega el bien y el mal. La sexualidad hoy es uno de los campos de batalla donde más fuertemente se libra este combate.

Dios nos creó hombre y mujer y juntos los sexos son imagen de Dios, es decir, juntos hacen visible en el mundo el misterio de Dios invisible. Este misterio del Dios invisible es el misterio del amor y de la comunión que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si nosotros estamos hechos a imagen de Dios es porque estamos llamados a amar en comunión de personas, tal como Dios ama. Y nos amamos concretamente como hombres y mujeres. El varón fue diseñado –en su anatomía y en su psicología– para salir de sí mismo y entregarse a la mujer, y ella para recibir al hombre y entregarse también a él. Y el amor entre ambos es tan real y profundo que por voluntad de Dios puede convertirse en un nuevo ser humano: un bebé.

El mismo acto sexual está llamado a participar de la misma vida y el amor de Dios. El coito conyugal hace visible algo del misterio invisible de Dios. Esto no significa que Dios tiene sexo. Dios es espíritu puro y en él no hay diferencia sexual. Si nuestra sexualidad refleja en algo el misterio de la Santísima Trinidad, no significa que la Trinidad sea sexual. Dios no está hecho a semejanza de nuestra humanidad de hombres y mujeres, sino que nuestra humanidad está hecha a semejanza de Dios. El misterio de Dios está más allá de toda comparación humana.

El sexo no es algo natural que todos debamos practicar como los animales que sólo siguen sus instintos. Esta actitud liberal ha sido causa de muchísimas heridas en las vidas humanas y en las familias. Tampoco el sexo es algo sucio del que debamos reprimirnos porque tiene una bondad intrínseca: Dios todo lo hizo bueno (Gen 1,31). Sin embargo, el sexo que proporciona auténtica alegría y trae plenitud a las personas es el que refleja el misterio de Dios. Cuando el sexo se practica dentro del plan de Dios, llega a satisfacer los deseos de amor del hombre y la mujer de manera profunda.

El sexo entre hombre y mujer es tan hermoso y maravilloso, que está diseñado para expresar el amor de Dios de manera libre, total, fiel y fecunda. «Matrimonio» es la otra palabra con la que podemos describir esta clase de amor. Así es: el sexo está hecho para expresar los votos que los esposos hacen en la iglesia ya que es en el lecho conyugal donde ese «sí» se vuelve carne.

Cuando se casan frente al altar, los novios se comprometen para amarse libremente, totalmente, fielmente y fecundamente hasta la muerte; luego hacen sus promesas de fidelidad y de apertura a los hijos. Más tarde y a lo largo de sus vidas, se expresan con sus cuerpos ese amor que en su boda expresaron con sus palabras. De esa manera, a través de los actos sexuales que puedan tener a lo largo de su vida de casados, completan, perfeccionan, sellan y renuevan su matrimonio.

Me alegra que te guste estudiar las cosas en su profundidad. Aprendamos entonces a ver al sexo no como algo superficial con lo que se puede jugar, tal como muchos jóvenes lo ven hoy. Tampoco hay que tratarlo con los ojos de la sospecha que en todo lo sexual ve el pecado. Al sexo hay que descubrirlo y contemplarlo desde la teología, para asombrarnos del increíble misterio que esconde: revelar el amor mismo que es Dios.

 


 

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