Por Armando González Torres

Desde el jardín del Edén hasta las Islas Afortunadas pasando por los milenarismos religiosos de la Edad Media, las utopías del Renacimiento o las fantasías ideológicas y tecnológicas de los siglos XIX y XX, en Occidente han abundado las representaciones de mundos afortunados y justos, opuestos a las desdichas y privaciones reales.

A menudo, este mecanismo de compensación ha sido hermosamente plasmado en mitos, imágenes literarias, visiones, profecías y otras formas del optimismo delirante. En busca del paraíso (FCE, 2014) de Jean Delumeau indaga en las imágenes que, a lo largo de muchos siglos, se han forjado para representar las aspiraciones a la felicidad y la ventura.

De esta manera, abundan tierras imaginarias donde los campos florecen sin necesidad de trabajarlos, corren ríos de leche y miel, u océanos de limonada, las bestias son mansas, los individuos son sanos y longevos y no conocen la injusticia, la discordia o el sufrimiento, el trabajo es mera recreación estética, las mujeres tienen partos sin dolor y aun los hombres son capaces de dar a luz.

Entre el mito, el arrebato religioso y el desvarío secular, el paraíso adopta las formas más extravagantes y, en un fascinante recorrido por los distintos confines de la geografía paradisiaca, Delumeau aborda, entre otras narrativas, los relatos bíblicos del génesis, las leyendas medievales como la del Preste Juan y sus virtuosos reinos cristianos; la erudición renacentista orientada a “probar” la exactitud histórica del génesis y la localización precisa de lugar donde floreció el paraíso; la proyección de la noción del edén a las tierras recién descubiertas de América, ya sea por los franciscanos o los colonizadores norteamericanos, o la imaginería secular moderna que, asociada al culto a la historia, la tecnología y la noción de progreso intenta materializar el paraíso en utopías digitales o promesas políticas.

Porque el paraíso no solo es un lugar mítico, sino una noción del tiempo que se caracteriza por la resolución de las necesidades materiales, la armonización del conflicto social y una especie de congelamiento de la historia.

Y si bien se supone que el paraíso es un lugar y un periodo idílico del que el hombre fue expulsado por su desmesura; este espacio privilegiado, puede ser reconquistado, gracias a la redención religiosa (lo que genera el amplio catálogo de milenarismos); a la audacia del viajero, capaz de avistar las reminiscencias y réplicas del paraíso, que subsisten en la tierra o, bien, al planificador social o político visionario capaz de adivinar el ritmo de la historia, y adelantarla o retrasarla.

De modo que si bien, para muchos, la nostalgia por la edad de oro es una metáfora, para muchos otros (y esos son los más peligrosos), el paraíso no es un mito, sino un advenimiento inminente, cuya materialización solo requiere del entusiasmo incondicional de los feligreses y la eliminación de los escépticos.

*Artículo publicado en Conspiratio. Se reproduce con permiso expreso del autor.

 

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de noviembre de 2024 No. 1531

 


 

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