Por P. Fernando Pascual
Hay novelas o películas que narran cómo el protagonista pasa de una situación oscura, apagada, triste, a un despertar que le permite empezar a vivir.
Por ejemplo, nos narran la historia de una princesa encerrada en el palacio, aburrida y triste por un exceso de amor de unos padres sobreprotectores. De repente, una fuga, o un encuentro casual, abren un horizonte nuevo: la protagonista empieza a vivir.
Lo que se cuenta en esas novelas o películas ocurre también en el mundo de la fe. Hay cristianos amodorrados, mediocres, sin chispa, sin empuje, sin verdadera caridad.
De repente, una misa, o un diálogo, o una lectura del Evangelio, despiertan ese corazón apagado. Un cristiano empieza a vivir en plenitud la belleza de su fe en Cristo.
Desgraciadamente, hay quienes viven por muchos años sin despertar el fuego que Cristo puso en sus corazones en el día del bautismo. O también hay quienes vibraron con su fe durante un tiempo, pero luego sucumbieron a la mediocridad y la tibieza.
Necesitamos pedir a Dios que toque nuestros corazones, que despierte el tesoro que puso en nuestro interior, para que rompamos con esa coraza que nos impide volar según el Evangelio.
Si permitimos a Dios llegar hasta lo más íntimo de nuestras vidas, y si respondemos con generosidad y prontitud a sus gracias, veremos cómo se hace realidad ese cambio que permite correr por el camino del amor y de la entrega.
Este día puede ser como tantos otros: tareas rutinarias, distracciones que no llevan a ninguna parte, alguna diversión (esperamos que sana, pero muchas veces inútil) para pasar el tiempo.
O este día puede ser como el de hombres y mujeres que, desde una gracia maravillosa de Dios, rompen sus cadenas, piden perdón por sus pecados, y comienzan un camino de conversión que les permite empezar a vivir en plenitud su vocación al amor y a la esperanza.
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