Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC

En el texto del Evangelio de san Juan (18, 33-37), se da un diálogo privado entre Poncio Pilato, administrador del Imperio más poderoso de ese tiempo de la tierra y Jesús un reo que se presenta como ‘testigo de la verdad’. Diálogo de carácter interrogatorio y dramático, entre el juez y el reo, acusado de usurpar el título de ‘rey de los judíos’.

Ante las preguntas de Pilato de si Jesús es rey, Jesús responde, que sí es rey, pero no de este mundo. Ni pretende ocupar el trono de Israel ni disputar el poder imperial de Tiberio César, sostenido por la injusticia y el poder de las armas. Su realeza es introducir el amor, la justicia y la paz de Dios en el corazón de todos propiciando la comunión con Dios mismo y con todos los humanos: es el Rey que ha venido a introducir las verdades esenciales sobre Dios y sobre la dignidad de toda persona humana, que es valorada en esta perspectiva divina del amor. ‘Todo el que es de la verdad escucha mi voz’, proclama Jesús. Pero Pilato no es de la verdad, es el representante y defensor del sistema opresor y autocrático del César, cuyo poder es sojuzgar e imponerlo como criterio y norma absoluta a sus sometidos.

La verdad de Jesús la revela en toda su existencia: ‘Dios es Amor’; su testimonio culminante de la verdad es su sacrificio en la Cruz; su ‘trono’ del Rey de Reyes y Señor de Señores. Con su inmolación como testigo de la verdad-amor en la Cruz instaura entre nosotros el Reino de Dios.

Es un Reino que no se impone a la fuerza, sino apela a la sinceridad del corazón, para que reine la paz, el gozo, la justicia y la misericordia.

Dios ama y atrae al que es sincero de corazón. No se puede vivir con planteamientos autorreferenciales y autojustificadores para estar al margen de él y no darle un sentido trascendente a nuestra existencia: ‘Todo el que es de la verdad, -dice Jesús-, escucha mi voz’.

La mentira permea por todos lados; vivimos un contexto de mentiras desde el quehacer político e informático; el rimbombante mundo de la ‘post verdad’, de engaños, falacias y embustes. Se oculta la verdad y la transparencia desde la maquinaria del poder y desde la ‘supremacía constitucional’ tramposa. A esto añadimos la impresionante Inteligencia Artificial (I A), que es un gran instrumento de investigación y cultura y que puede utilizarse para calumniar o desinformar, como ya ha pasado y seguirá sucediento.

Si buscamos una sociedad más plenamente humana hemos de tomar como divisa el dicho de Jesús: ‘La verdad los hará libres’ (Jn 8, 32).

Cristo de víctima, se trasforma en vencedor, -Víctor quia víctima, como lo señala san Agustín (Conf 10, 43). Ante los autócratas y autocracias aparece la soberanía de Cristo que se recuerda y se celebra al final del año litúrgico: la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Esa verdad que Pilato buscaba, se le da y se nos da en esa entrega total de Jesús quien nos ama y nos ha redimido con su sangre, ofreciéndonos la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Los autócratas o la autocracia de carácter político o religioso, también pueden florecer en nuestro pensamiento y actuación por el egoísmo; el culto al ‘ego’, la autojustificación y los comportamientos que dañan a los demás, en incluso dañan la comunión en al Iglesia, cuando se ataca al Papa.

Quizá hoy nos convenga hacer una reflexión sobre Cristo quien es el centro y la norma absoluta de comportamiento; quien es ‘ayer, hoy y para siempre el mismo’ ( Heb 13,8); él  nos permite valorar al autócrata y las autocracias, de los demás y las propias.

En este apartado sigo al eminente teólogo Hans Urs von Balthasar (Teología de la Historia).

El pensamiento humano ha tratado de captar la realidad bajo dos elementos: lo ‘fáctico’, que es lo inviduado, sensible, casual y concreto, lo que acontece en el espacio y en el tiempo, por una parte; y lo ‘necesario universal’, por otra, cuya universalidad implica lo abstracto para regular y superar lo singular, superando lo concreto. Para comprender lo histórico, se debe buscar un ‘sujeto general’ que actúe y se manifieste en lo histórico y sea a la vez una esencia universal normativa. Así podría ser Dios, pero él está fuera de la Historia y no la necesita para comprenderse a sí mismo; por otro lado, sería el hombre, pero será siempre un individuo, ontológicamente igual a todo ser humano y por tanto no puede dominar la Historia en su conjunto y totalidad. Por esa misma condición ontológica, -filosóficamente, se puede fundar una democracia objetiva en comunidad de destino y sus miembros siempre solidarios. Ningún individuo puede elevarse para dominar a los demás, pondría en peligro la condición metafísica de cada ser humano, de la humanidad, en una palabra, como ha acontecido con Hitler, Mussolini y similares, tristemente célebres en nuestro tiempo.

Entonces un individuo, una persona humana, no puede dominar la historia, ni ser el criterio para entenderla ni que puede ser la norma absoluta de comportamiento. Hasta aquí la reflexión filosófica.

Podría ser, si se da el milagro: la unidad entitativa de lo divino y de lo humano, en un sujeto, que como tal es irrepetible y absoluto. Pero esto solo es posible en el rango de la fe y por tanto en la reflexión teológica que tiene como paradigma fundamental la encarnación del Hijo de Dios y por tanto quien abarcaría toda la Historia, porque está en la Historia por su condición humana y la trasciende por su condición divina. Por la unión hipostática, -es decir por esa unión de la naturaleza humana en la persona del Verbo, todo sirve para la autorrevelación de Dios. Por eso Cristo Jesús, -Dios y Hombre verdadero, es el centro del mundo y de la Historia; él mismo es la clave para adentrarnos en la creación y para profundizar en el mismo Dios y en el misterio de la persona humana.

Su palabra y su existencia poseen la verdad en conexión con su vida, por el amor al Padre hasta la muerte en Cruz. Su entrega en la Cruz y la continuación de su presencia en la Eucaristía, que perpetúa el misterio de su inmolación, de su muerte y resurrección, es el camino y el modo de ser el Rey, el Señor Universal y el centro, la clave y la norma absoluta de la Historia.

Los mártires mexicanos de la persecución religiosa de 1927 a 1929, morían ofrendando su vida con la proclama de su fe, ¡Viva Cristo Rey! y hermanado a otra confesión de amor filial, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Madre de este Rey y de todos.

Testimonio fiel y valiente, rubricado con su sangre de mártires de Cristo Rey. En este concierto de mártires está nuestro querido niño san José (Luis) Sánchez del Río, Mártir de Sahuayo, -Michoacán, cercano e inspirador del Fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo, el P. Enrique Amezcua Medina, y párroco de la Parroquia de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe en Tolpetlac o Tulpetlac, Estado de México, ahora Diócesis de Ecatepec.

Esta parroquia por voluntad expresa del Padre Enrique se llamaría así ‘Parroquia de Cristo Rey y de Santa María de Guadalupe con el beneplácito del Obispo Ferreira y Arreola.

Con ocasión de esta solemnidad de Cristo Rey, el Padre Enrique organizó ‘la antorcha’ traída en maratón desde el monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete a esta su Parroquia de Cristo Rey, año con año, desde 1962, como hasta ahora.

Gran evento que los párrocos sucesores y los fieles de esta parroquia, continúan con entusiasmo, fe y gratitud a Jesucristo Rey del Universo, a los Mártires de Cristo Rey y al siempre amado y recordado Padre Enrique, quien les devolvió la esperanza y la caridad fruto de la fe que sembró en ellos, pasión por Cristo Rey y Santa María de Guadalupe en su Quinta Aparición Guadalupana, a estos fieles abandonados más de 150 años.

Antorcha símbolo del fuego que Cristo Jesús trajo a la tierra y que anhela vehementemente inflame todos los corazones en el fuego de su regio Corazón, ‘Sagrado Corazón de Jesús, Perdónanos y sé nuestro Rey’, jaculatoria queretana que encendió y sintetizo el amor de este ejemplar sacerdote, cuyo corazón dimensionaba a toda la Iglesia Universal y cada Iglesias Particular, o Diócesis, en la inmediatez del Reino de Cristo. Donde está Cristo, ahí está el Reino, ahí está la Iglesia.

Su Santidad el Papa Pío XI instituyó la Solemnidad litúrgica de Cristo Rey; con la reforma del Concilio Vaticano II, esta fiesta se colocó como culminación de todo el ciclo litúrgico anual bajo el teológico y grandioso título de ‘Jesucristo Rey del Universo’.

Como señala san Ambrosio en su explicación a un pasaje del Evangelio de San Lucas, ‘La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino’. Y añadimos, donde está el Reino, ahí está la Iglesia.

De por sí el titulo de ‘Cristo’ traduce el hebreo ‘Mesías’ cuyo equivalente es el ‘Ungido- Rey’ anhelado después de monarquías infieles a Yahvéh y de quienes no eran de la dinastía de David, sometidos a los Romanos, como Herodes, asmoneo.

Jesucristo, Jesús el Mesías es ‘Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no creado´…’que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue crucificado’. Dios humillado y ultrajado en su propia humanidad y en la de todos los humanos sufrientes, víctimas de todos los tiempos, del odio, de las fuerzas destructoras, del mal; él carga las cruces de los inocentes y lleva sobre sí en la Cruz los pecados de toda la humanidad.

Este es el ‘Dios Crucificado’ escándalo para las religiones que adoran a un dios lejano y omnipotente, que no es el Dios vivo y verdadero. Dios Crucificado, cercano al dolor y al sufrimiento.

Este Dios Crucificado es el Dios que deja a un lado su omnipotencia y su majestad divinas; su majestad la manifiesta en su corona de espinas, en sus azotes, en sus pies y manos horadadas. Pies que recorrieron Palestina, haciendo el bien; manos que acariciaron, bendijeron y en las que florecieron milagros, hasta la resurrección de quienes habían ya muerto, como Lázaro.

Su Corazón traspasado, fuente del amor humano y divino, canal vital del Espíritu Santo. Corazón de Cristo traspasado es quien nos introduce sin dudas al auténtico misterio de Dios Amor.

Este es el Reinado de este Rey, el Amor que es amar sin límites hasta la muerte y muerte de Cruz.

Este es Jesucristo Rey del Universo, testigo de la verdad, sobre Dios, sobre el hombre y su destino final.

 
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay


 

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