Por P. Fernando Pascual
Los pensamientos que acojo, las acciones que pongo en marcha, escriben mi historia cada día.
Si pienso según prejuicios, escribo líneas de errores, incluso de condenas arbitrarias contra inocentes.
Si pienso desde una mente abierta y equilibrada, escribo líneas que me acercan a la verdad.
Si actúo desde envidias, odios, avaricias, desenfreno, escribo líneas de vicio que me dañan y que hieren a otros.
Si actúo desde generosidad, amor auténtico, grandeza de alma, escribo líneas de virtud que me llenan de alegría y que ayudan a otros.
Me escribo cada día: en lo que hago, en lo que omito, en lo que leo, en lo que escojo ver en el móvil o en la televisión, en lo que hablo, en lo que escucho.
Cada acto deja una huella en mi biografía. Cada pensamiento modela mi alma. Incluso los sentimientos, en la medida en que puedan depender de mí, me plasman poco a poco.
¿Cómo será la página que escribo en esta jornada? ¿Habrá malicia y egoísmo, o bondad y valentía?
El libro de mi vida avanza. El pasado queda ahí, inmodificable, y ejerce un influjo positivo o negativo en lo que ahora pienso y ejecuto.
El futuro no está determinado. Ofrece un sinfín de opciones, que van desde el egoísmo que desgasta hasta la generosidad que acerca a la plenitud.
En mis manos tengo ese presente que me obliga a escribir nuevas líneas, que plasmarán capítulos indelebles de mi historia.
Por eso, pido a Dios que ilumine mi mente y abra mi corazón, para que estas líneas que ahora trazo nazcan de la experiencia de saberme amado y del propósito de responder con amor a tanto amor recibido…
Imagen de Deborah Hudson en Pixabay