Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Nos preparamos para celebrar las fiestas en honor a Santa María de Guadalupe el próximo jueves 12 de diciembre. Su presencia en el Tepeyac, hace 493 años, fundó nuestra nación mexicana, nacida de la mezcla de sangre indígena y de sangre española. ¡Nada de qué avergonzarnos! Al contrario: un santo orgullo inflama nuestros corazones hispanoamericanos al contemplar que la Virgen María plasmó su imagen mestiza en la tilma de san Juan Diego. Son muchas enseñanzas preciosas las que nos deja el hecho guadalupano, pero este año podemos meditar cuatro, una por cada aparición.
Primera aparición: La Virgen pide que se construya el templo: «Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada en donde lo mostraré». La expresión no se limita a un edificio de culto, sino a algo más profundo: al acoger la Palabra de Dios en la oración y los sacramentos de la Iglesia, el hombre, por la gracia divina, se va transformando en el templo donde Dios habita. «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?» (1Cor 6,19).
La Virgen vino a México a traer a Jesucristo, y con el cristianismo vino a expulsar de nuestras vidas toda idolatría, pecado y costumbres del paganismo. Nos vino a mostrar al verdadero Dios por quien se vive, y así ayudarnos a recorrer la vía para que Cristo Jesús habite en nuestros cuerpos como en su templo. Era necesario mostrar que a Dios se llega por un camino de fuerte purificación contra el mal, por el establecimiento de la gracia en nuestra vida y por formas de unión con Dios cada vez más hondas.
Segunda aparición: llama la atención el lenguaje y la familiaridad con la que Juan Diego se dirige a la Virgen: «Mucho te suplico, Señora mía, Reina mía, Muchachita mía… mi Hija la más pequeña, Señora, mi Niña, Dueña mía». En ese trato cariñoso y familiar es en el que escucha la voz dulce y firme de María, quien también se dirige con ternura: «Escucha, tú, el más pequeño de mis hijos… Mucho te ruego, hijo mío, el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo».
El diálogo entre la Virgen santa y Juan Diego nos invita a cultivar la oración mental como una especie de conversación interior con Dios. Todo acto interior que tenga el propósito de unirnos con Dios por medio del conocimiento y del amor es oración mental. En ella se incluyen los actos de recogimiento, la meditación, los discursos, el examen de conciencia, la mirada afectuosa de la mente, la contemplación, los impulsos del corazón hacia Dios. Todo ello nos eleva hacia Dios y hace que nuestro templo interior sea cada vez más digno para que el Señor habite en él.
Tercera aparición: Juan Diego vuelve con el obispo fray Juan de Zumárraga para entregar el mensaje de la Virgen, y el prelado lo cuestiona sobre la aparición, y le pide una evidencia. Para constatar la verdad, el obispo investiga a Juan Diego enviando a dos hombres para que lo siguieran. Aquellos lo siguieron pero Juan Diego se les perdió, y entonces regresaron al obispo diciéndole que aquel indio mentía y que estaba borracho.
Cuando algún católico manifiesta experiencias místicas como son las visiones o locuciones de contacto con lo divino, como fue el caso de Juan Diego, la Iglesia pone a prueba al vidente. Es necesario y es bueno que así sea; de otra manera estaríamos en graves peligros de creer que a cualquiera se le aparece Jesús o la Virgen, y caeríamos fácilmente en engaños del enemigo. Las experiencias místicas extraordinarias deben ser siempre cuestionadas y diligentemente investigadas por el bien espiritual del pueblo. Deben ser confrontadas con la teología para que el místico no se extravíe ni nos extravíe a los demás.
Sin embargo quedarnos solamente con la teología, el derecho canónico, la moral y la liturgia también comporta cierto peligro sin la experiencia del místico. Muchas cosas en la Iglesia como con los conceptos, las fórmulas, los razonamientos, las normas, la disciplina, nos pueden parecer áridas sin la experiencia del contacto con el Misterio. San Juan Diego y todos los videntes confirmados por la autoridad de la Iglesia son quienes nos muestran que el mundo sobrenatural es real, y que nuestra vida cristiana más que quedarse en costumbres y fórmulas, debe tender a elevarse a una unión cada vez más profunda con Dios. «El cristiano el siglo XXI será un místico, o no será», dijo Karl Rahner.
Cuarta aparición: Juan Diego se muestra angustiado ante la enfermedad y posible muerte de su tío Juan Bernardino. El indio rodea el cerro para ir con tu tío pero la Virgen sale a su encuentro. Es entonces cuando le dice esas maravillosas palabras: «Que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy yo aquí, que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
¡Qué declaración de amor ha tenido María con nosotros! Por eso la devoción a la Virgen es fundamental para nuestra santificación. Hemos de crecer en confianza hacia ella porque en la Virgen se fusionan el poder y la bondad; poder que no le viene por ella misma sino por dar su carne a Jesucristo, el Hijo de Dios, y por expreso deseo de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). Y la bondad porque nos ama con el amor que ama a Jesús, ya que somos miembros del Cuerpo de Cristo. Ella nos engendró como hijos suyos en el dolor del Calvario y trajo a América a Aquel que es la Vida Eterna en la colina del Tepeyac.
Publicado en blogdelpadrehayen.blogspot.com