Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Desde que la imagen de la Virgen de Guadalupe llegó a la colina del Tepeyac, conducida desde las casas de fray Juan de Zumárraga hasta la ermita, comenzó la fiesta, las danzas, los cánticos, las flores, el tumultuoso gentío que no cesa desde aquel remoto 1531.

A partir de diciembre de 1746, cuando la Virgen de Guadalupe fue jurada por patrona principal de la Nueva España, el arzobispo de México don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, mandó que en los calendarios eclesiásticos se señalara el 12 de diciembre como fiesta religiosa de precepto. Fue el presidente don Benito Juárez quien, por decreto del 11 de agosto de 1859, ordenó que celebrara el 12 de diciembre como día festivo para toda la república. Quiso reservar para la Guadalupana, en el calendario de los grandes días memorables de la historia de México, esta conmemoración cívica. Y aunque Melchor Ocampo pretendió suspender esta fiesta, se vio precisado a firmar el decreto de don Benito Juárez.

Dos años después, el 4 de marzo de 1861, el coronel Refugio González cateó, por orden del gobierno de la Ciudad de México, la Colegiata, hoy la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, llevándose parte de la crujía de plata y otros objetos valiosos. Enterado el presidente Juárez, ordenó el día 6 del mismo mes, la restitución de cuanto había sido sustraído de la Colegiata.

El abogado Francisco Elguero (1856-1932), autor de la Historia de las Leyes de Reforma hasta la caída del general Díaz, refiere que el inquieto y atrabiliario político, don Juan José Baz (1820-1887), que encarceló al cabildo metropolitano y en una noche destrozó parte del convento de San Francisco de la Ciudad de México, propuso al presidente Juárez destruir la Tilma de Juan Diego, la Imagen Guadalupana, en forma que no causara problemas al gobierno, a lo que el presidente contestó que lo pensaría. Luego de unos días, insistió Baz en la destrucción, a lo que don Benito contestó con tajante negativa, así causara el enojo de Baz.

El sabio escritor Andrés Henestrosa añade: “Juárez no negó a la Guadalupana. Y aunque no la puso en su bandera, la tenía debajo de su camisa, tras el altar laico”.

* Artículo publicado en El Sol de San Luis, 7 de diciembre de 1996.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de diciembre de 2024 No. 1536

 


 

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