Por P. Fernando Pascual
Hemos decidido: esta tarde vamos a ordenar el librero. Empezamos por una estantería. Tomamos varios libros. Uno nos trae buenos recuerdos. Lo abrimos y empezamos a leer.
Cuando nos damos cuenta, ya ha pasado más de una hora. El plan de ordenar el librero ha sido puesto entre paréntesis.
Muchas veces se producen cambios de ruta en las decisiones que hemos tomado. Empezamos a hacer una cosa y terminamos en otra diferente, o en varias a la vez.
¿Cómo ocurre eso? Porque nos encontramos con estímulos externos o internos que nos presentan rutas no previstas y atractivas, que “secuestran” nuestra voluntad y nos llevan a un cambio de planes.
Otras veces no cambiamos de ruta: el deseo por llevar a cabo lo propuesto es fuerte, la voluntad se mantiene firme, y no nos dejamos desviar por cantos de sirena o por deseos que se cruzan en el camino.
Una sana flexibilidad tiene su sentido: si empiezo a estudiar para un examen no puedo dejar de lado la llamada de un familiar que me pide ayuda justo en este momento.
Pero esa sana flexibilidad no coincide con inquietudes interiores que nos llevan a cambiar una y otra vez lo que hacemos, con un desgaste continuo y una dispersión de energías que nos apartan de metas buenas.
Hemos decidido: hoy vamos a visitar a un amigo enfermo. No queremos cambiar de ruta, aunque nos llegue una llamada para ir a una fiesta o a ver una película.
El amigo merece nuestro cariño. Por él mantenemos el propósito de visitarlo. Diremos “no” a todo lo que pueda distraernos, porque hemos dicho “sí” a ese deseo bueno de acompañar al amigo en medio de su sufrimiento.