Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Miles de parejas enamoradas se han casado a los acordes de la Marcha nupcial de Mendelssohn, que es parte de su obertura Sueño de una noche de verano, compuesta cuando el músico frisaba en los 16 años. Porque amar es soñar. Todo lo grande y hazañoso que registra nuestra biografía de bolsillo y la enciclopédica historia del mundo, comenzó por un sueño.

Aun el descanso, el sueño biológico, no es un fenómeno totalmente pasivo, en cuanto que la vida emotiva se mantiene actuante urdiendo imágenes visuales y complejas fantasías. Nos pasamos 24 años de la vida durmiendo, ensayando cada noche la muerte. Sor Juana llama en su Primer sueño al dormido: “un cadáver con alma / muerto a la vida y a la muerte vivo”. Todos los seres vivos duermen, afirman los sabios. ¿También una hormiga, señor máster en ciencias por la Universidad de la Sorbona? También. Y en el caso de los hombres, el sueño es el analgésico con que mitiga las penas y recobra la fuerza perdida en el trajín del día.

El sueño está al día. Vivimos en una civilización somnífera, soporífera, que nos arrulla, nos adormece, nos cierra los ojos, nos duerme, la anestesia total. Un tiempo la humanidad idolatró la Diosa Razón; “pienso luego existo”, filosofaba Descartes. Vino luego el cansancio de la razón para adorar el irracionalismo que nos puso a todos a dormitar: “sueño, luego existo”. Y apareció la psicodelia con un mundo fantástico de colores y músicas evanescentes. Luego irrumpieron las guitarras electrónicas y los dioses lánguidos del micrófono entre rayos láser; siguió la cascada de barbitúricos que arranca de la Tierra y lleva al hombre a viajes que no son de aquí ni son de allá; mientras los mass-media fabricaban sueños volviéndonos objetos receptivos sin discernimiento ni espíritu crítico.

Del oriente misterioso llegaron a las avenidas de Nueva York y de México Tenochtitlan, unos orientalismos pasivos, el nirvana como el “preludio de la siesta del fauno” que musicalizó Debussy, religión o pseudo filosofía de cerrar los ojos, mirarse al ombligo y dejar la mente en blanco. Y para colmo la aparición de falsos políticos que con eslóganes y artimañas durmieron a un pueblo que lleva siglos de insomnio, esperando el despertar de la justicia y de la solidaridad. Vivimos bajo el signo de Morfeo, el dios griego que lleva como insignias una planta de adormidera -de la que se extrae el opio- y unas alas de mariposa que expresan la fotografía a colores de este mundo somnoliento que cabecea y bosteza.

* Artículo publicado en El Sol de México, 19 de septiembre de 1996; El Sol de San Luis, 21 de septiembre de 1996.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de diciembre de 2024 No. 1538

 


 

Por favor, síguenos y comparte: