Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
Esta Nochebuena no podrá ser precisamente buena. El viejo órgano de la parroquia de San Nicolás está descompuesto y sin música, la Nochebuena se marchita. La música es un ala y una ola, eleva y envuelve. Así pensaba José Mohr, el joven párroco de Obendorf, la pequeña ciudad de Austria que se levanta a orillas del río Salzach. Los ríos son caminos que caminan.
Eran días de frío. La noche entraba a la ciudad a las cinco de la tarde con su larga cola de nieve y ahí se quedaba, quieta y brillante, como un jardín de estrellas. Mohr, que sabía escribir versos cuando pasaba un ángel, ay, pasan tan pocas veces, comenzó a escribir: “Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor, entre los astros que esparcen su luz anunciando al pequeño Jesús, brilla la estrella de paz”.
Sí, todo dormía en derredor, cerradas las puertas, desplomada la luz, el río perezoso, la nieve haciendo más tangible el silencio. Cuando terminó de escribir el poema, breve y sencillo, marchó a casa de su amigo Franz Grüber para pedirle que compusiera la música. Pero tenía que ser luego. Era el 23 de diciembre de 1818 y entonarían el cántico en la Misa de Gallo, unas cuantas horas después. Debió pasar una pareja de ángeles con coronas de jazmines y sandalias de magnolias. Fue la canción navideña más bella del mundo, cantada por músicos famosos y niños pequeños, en suntuosas catedrales y humildes capillas, interpretada en todos los idiomas del mundo: “Noche de paz, noche de amor, todo es gloria y resplandor, nos ha nacido el niño Jesús, el pesebre es un mundo de luz”.
Aquella Nochebuena de 1818, el pueblo de Oberndorf, que invadía el templo, vibró como deslumbrado por una luz, por otra luz más alta y sutil, arrobando el alma, cuando oyó que el padre José con voz de tenor y Grüber de barítono, al rasgueo misterioso de la guitarra pulsada por el músico, cantaban a dúo: “Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor, solo miraban de su niño la faz, José y María en el dulce Belén”.
Como los pastores navideños, fueron pobres los autores del cántico. Cuando murió Mohr, la ciudad tuvo que pagar el entierro; una cruz de hierro forjado adorna hoy la tumba del modesto hijo de campesinos. También Grüber vivió modestamente de su escaso sueldo como organista y director del coro parroquial. Hace más de medio siglo, la antigua iglesia de San Nicolás fue derruida y en su lugar se construyó una capilla, que en realidad es un santuario que atrae peregrinos de diversas partes del mundo.
Se conserva la guitarra y el original de la música en el museo de Hallein, en Salzburgo; pero al llegar la Nochebuena, estos objetos son trasladados a Obendorf y escoltados por cuatro guardias vestidos de gala. Ni Mohr fue un gran poeta, ni Grüber un gran músico; pero la ternura de “Noche de paz, noche de amor” suena entre las pajas navideñas, como una cajita de música, en el corazón de los hombres que todavía esperan, que todavía aman.
Publicado en El Sol de San Luis el 24 de diciembre de 1991 bajo el título “Noche de paz, noche de amor”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de mayo de 2023 No. 1453