Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Casi todas las grandes ciudades suelen tener su cinturón de miseria, la barriada triste, el suburbio lejano, la periferia pobre, porque en sus antípodas está la periferia rica. Si esto sucede ordinariamente en México, Brasil, Venezuela y en casi toda Iberoamérica, no se escapan algunas naciones prósperas, como las chabolas de España o las cités-champignon de Francia. Al mundo le duele la barriada, debería dolerle el suburbio urbano, esta realidad de viviendas hechizas construidas en lugares insalubres, sin escuelas ni centros médicos suficientes, sin comunicaciones indispensables y habitadas por una masa indefensa, víctima de un proceso anárquico de desarrollo de la ciudad o del país.

Quien recorre esta patología de la barriada, no deja de observar que la televisión domina láminas y cartones de las viviendas acrecentando una sociedad de consumo, que es todo lo contrario de lo que niños, jóvenes y adultos están viviendo en casa; toda una contradicción que puede generar delincuencia, en cuanto que se les presenta un mundo fascinante, pero inalcanzable que los incita y los deprime, porque no tienen ningún medio de llegar a ese mundo ensoñador de riqueza y confort.

En lo económico, la barriada está enferma de desempleo, subempleo, peonaje, inmigración, inseguridad, inestabilidad. En lo político, la enfermedad se llama marginación, carencia de información, el sentirse ciudadanos sin ciudad y vivir en olvido de autoridades y particulares; al no haber proyecto de vida, no hay futuro y esto trae una apatía para que los propios marginados participen en mejorarse.

En lo cultural, los habitantes de la barriada han dejado su tierra, su cultura y sus raíces en el rancho o en el pueblo, para encontrar aquí, a orillas de la ciudad anónima y hostil, un vacío donde no tienen nombre, ni lugar, ni asidero, ni futuro. Y esta experiencia de no ser o de ser poco, de no valer casi nada ante los otros, les marca el alma con fuerte sello de apatía y desconfianza.

La barriada es patológica y genera una psicología enfermiza. Y esto sí es violar los derechos humanos.

Publicado en El Sol de México, 3 de julio de 1997; El Sol de San Luis, 5 de julio de 1997.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de noviembre de 2023 No. 1481

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