Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
Casi sin sentirlo, de una manera imperceptible pero tenaz, ha ido cambiando el estilo de la vida nacional. Si resucitaran los bisabuelos, preguntarían incrédulos, si este es el México que dejaron en remoto día. Hoy no es ayer, como mañana no será hoy. El mundo sigue dando vueltas. ¡El mundo, el tiempo o el hombre!
Este cambio lento y radical, obsérvase especialmente en la capital y en las ciudades mayores de la nación. ¿Algunas pruebas?
Ha variado nuestro modo de habitar. Hemos pasado del barrio íntimo y familiar donde todos se conocían, y de la vecindad comunitaria y parlera, a unidades habitacionales uniformadas y anónimas, a condominios donde el inquilino de la izquierda ignora al de la derecha, a colonias que fueron ranchos engullidos por la urbe y habitadas por gente advenediza que ni se conoce ni quiere conocerse. La tradicional ciudad horizontal comienza a verse un poco vertical. ¿Su dirección por favor? Fraccionamiento Independencia, Edificio F, Piso 14, letra W. Y ayer: tiene usted su casa en el Callejón de las Ánimas número 2, donde está la fuente. O bien: Puede usted escribirme a Encarnación de Díaz, Jalisco, domicilio conocido. Hoy todos los domicilios son desconocidos.
Ha variado, también, la dieta nacional, según hemos pasado de las aguas frescas a las embotelladas, de los alimentos naturales a los enlatados, de la comida fresca a la que dura a base de ingredientes químicos, de los productos sustanciosos a la chatarra industrializada, de los llameantes platillos nacionales a los apagados extranjerizos.
¿Y el comercio? Se acabaron para siempre las lecherías, las carbonerías, las planchadurías, las costureras y los zapateros remendones, los sastres para una urgencia, los panaderos que entregaban el pan de dulce a domicilio, así como los pregoneros cantarinos al alba y al atardecer. La típica tienda de barrio —El Sol, El Perro Blanco, La Estrella de Oriente, La Esmeralda—, olorosas a lentejas, piloncillo y queso fresco, han ido muriendo de muerte natural, lo participamos a usted con el más profundo dolor. Surgen los contrastes; por un lado, las enormes tiendas de autoservicio desbordantes de cuanto artículo pida el cliente, y el ambulantaje espontáneo, callejero y elemental.
Indudablemente el mayor y más peligroso cambio es la pérdida de la importancia de la vida familiar. El hogar ha reducido tanto sus funciones que de día casi nadie lo habita, con lo que se ha convertido en hotel de dos estrellas al que se acude solamente a dormir.
Y como la antigua ama de casa hoy es empleada fuera de casa, el trabajo de la mujer ha hecho variar los hábitos hogareños: se come fuera de casa, los miembros de la familia se dispersan durante el día y los menores se quedan huérfanos temporales, sin padres visibles durante largas horas, hasta que los recobran al atardecer o a la madrugada, cuando papá tiene una de sus frecuentes juntas, aunque no se sabe qué clase de juntas sean.
Artículo publicado en El Sol de San Luis, 6 de noviembre de 1993; El Sol de México, 11 de noviembre de 1993.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de agosto de 2024 No. 1518