Por P. Fernando Pascual
Nos gustaría vivir las navidades en un clima de familia, donde haya paz, armonía, gozo espiritual, una enriquecedora experiencia de fe.
Ocurre, sin embargo, que en la Navidad puede haber desacuerdos por asuntos que se refieren precisamente a cómo prepararnos para las fiestas.
¿Poner o no poner un árbol? ¿Iluminarlo con luces azules o con colores variados? ¿Hacer los regalos la Nochebuena o esperar a la Epifanía? ¿Cenar en la casa de los abuelos o invitar a los hermanos con sus familias?
En ocasiones, surge una diferencia de opiniones sobre qué opciones habría que tomar para estas navidades, sea en asuntos pequeños, sea en temas que exigen una mayor “logística”.
Lo triste sería que esa diferencia de opiniones se convirtiera en un conflicto que puede degenerar en enfados, gritos, incluso venganzas más o menos sutiles.
Es inevitable que existan diferentes puntos de vista, que unos prefieran un tipo de adornos mientras otros no ven con simpatía esos adornos.
Pero si la Navidad tiene un sentido, este consiste en celebrar el Nacimiento en la carne del Hijo de Dios e Hijo de María, del Emmanuel, del Salvador.
Cuando recordamos esto, somos capaces de centrarnos en el evento que celebramos como cristianos: el Nacimiento del Niño Dios.
Luego, en torno a esa celebración, la familia podrá ponerse de acuerdo en los diferentes detalles, que van desde lo que habrá que preparar para la cena de Nochebuena, hasta la manera de vivir esos días juntos y con otros familiares.
Llega la Navidad. Una Familia venida de Nazaret busca posada. Los corazones cristianos desean que el mundo descubra en Jesús al Salvador, al Príncipe de la Paz, al Enviado por el Padre.
Desde las verdades de la fe católica, la Navidad estará muy lejos de ser un momento de conflictos y choques, y se convertirá, en cada hogar, en un momento de armonía y paz interior, porque celebramos la gran Noticia: Dios viene al mundo para salvarnos del pecado y de la muerte.
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