Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
La historia narrada por san Lucas sobre la figura y misión de Juan el Bautista, es señalada en el espacio y en el tiempo; por eso se habla del Tiberio César, de Poncio Pilato, de Herodes, de Filipo y Lisanias; y el pontificado de Anás y Caifás (cf Lc 3,1-6).
San Lucas hace referencia a las autoridades políticas y religiosas de Palestina, en los años 27 y 28 d.C. Así se muestra de que este relato es histórico. Así se ubica el contexto histórico de Jesús, el Mesías de Dios.
La Palabra de Dios, vine sobre Juan el Bautista, quien será el nabí, – el que habla en el nombre de Dios y con la autoridad de Dios, quien prepara los corazones para recibir a la Palabra encarnada, Jesús mismo. Esa Palabra que vino anteriormente al seno virginal de María Santísima. ‘Ella, como dice hermosamente el Papa Benedicto, es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la tierra’.
El paraíso perdido por el pecado, nos lanza al desierto de la vida, a la ausencia de Dios, a la ruptura de la comunión; para recobrar el paraíso y Dios vuelva a ser tan cercano que sea uno de nosotros y uno con nosotros, debemos preparar el corazón, dejando lo superfluo, enderezando la vida en el camino de lo esencial, lejos de prejuicios y del pecado, en una atención a lo interior, -como lo dice san Juan de la Cruz en la suma de perfección, con una gran sinceridad de corazón, -porque Dios ama al que es sincero de corazón; solo así se dará ese encuentro maravilloso con Dios, quien nos trae la salvación. Descubriremos que somos amados infinitamente por Dios, a pesar de nuestras debilidades y caídas.
Hemos de recorrer personalmente el propio camino, señalado por el Precursor Juan Bautista, más allá de las críticas fáciles a una religión deformada, abrir ese lugar privilegiado de nuestra interioridad al Señor que viene.
Debo de decir desde el interior, ‘busco tu Rostro Señor’.
No podemos ser esclavos de la cultura de la intrascendencia, de diversión escandalosa al margen de las cuestiones vitales de la existencia humana. Hagamos caso a san Agustín que nos dice que en el interior habita la verdad. Sólo así conoceremos al Señor no de lejos y de oídas, sino de experiencia vital y vibrante: ‘me he encontrado con el Señor’.
Este es el tiempo propicio para descubrir que ‘la fe consiste en saberse amado y responder al amor con amor’ (Olivier Clément).
El camino que propone el Bautista, es el camino hacia el interior. ‘Preparar el camino al Señor’, es hacer silencio en el fondo del corazón para el encuentro con Dios, como misterio que nos envuelve y nos trasciende.
Este tiempo, es tiempo de la oración del corazón y del corazón purificado de los ruidos y agitaciones, de las prisas y del activismo; descansar en su presencia envolvente, para sentir su beso y su abrazo amorosos.
La Santísima Virgen María, paraíso de Dios, nos ayude a hacerle caso a su sobrino Juan Bautista, para que venga a nosotros la Palabra del Señor.
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