Por P. Fernando Pascual

El Jubileo es un momento especialmente intenso en la vida de la Iglesia. Se trata de renovar la conciencia de lo que Dios ha hecho por la humanidad, de su acción salvadora en la historia.

Millones de católicos, a lo largo de los siglos, han podido experimentar el perdón de Dios, un perdón ofrecido a todos los que buscan dejar el pecado y empiezan a vivir según el Evangelio.

El Jubileo permite avivar el amor, profundizar en la fe, reactivar la esperanza. De modo concreto, el Jubileo de 2025 está dedicado a la esperanza, una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5, que es la frase que da título a la bula jubilar).

El Papa Francisco, al convocar el Jubileo, inicia con una hermosa reflexión sobre la esperanza que iluminará este año 2025:

“Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traer consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza” (bula Spes non confundit, n. 1).

El camino jubilar tiene diversos momentos fuertes, sobre todo en la peregrinación a las basílicas de Roma, o a aquellos lugares indicados en cada diócesis del mundo.

Lo más importante será siempre buscar la reconciliación con Dios, a través del sacramento de la penitencia; y también la reconciliación con aquellos a los que hayamos ofendido o a los que necesitamos perdonar.

“La Reconciliación sacramental no es solo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2Co 5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados” (bula Spes non confundit, n. 23).

Durante el año jubilar, la confesión está unida a la indulgencia, entendida como una oportunidad para borrar las consecuencias del pecado, y así abrirnos más a fondo a la acción transformadora de Dios.

El Jubileo de 2025 está ante nosotros, como ocasión magnífica para impulsar nuestra experiencia cristiana, para dejar que Dios, rico en misericordia, entre en nuestros corazones, nos llene de esperanza, y nos impulse hacia el amor que nos une a Dios y a los hermanos.

 


 

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