Por Pbro. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
La Sagrada Familia, Jesús, José y María, son prototipo de la familia cristiana, por la alianza matrimonial, la recepción gozosa e iluminada de la Palabra del Señor y la vinculación estrecha con Jesús. Familia que realiza su vocación y misión como célula de la Iglesia y célula de una sociedad sometida a presiones para su disolución.
El camino seguido por el Hijo de Dios hecho Hombre, Jesús, para su encuentro con la humanidad, ha sido la familia.
Jesús vivió el proceso de su infancia y adolescencia en comunión con sus padres, María y José. En familia, aprendió su educación humana como persona divina. Aprendió a pertenecer a la comunidad religiosa de Nazaret y aprendió a ser peregrino hacia la Ciudad Santa Jerusalén. Ante su pérdida y encontrado en medio de los doctores, les hizo entender a sus padres, ‘que debía ocuparse en las cosas de su Padre’ (cf Lc 2, 41-52). Así se pone de manifiesto la misión de la familia: acompañar a sus miembros a descubrir y seguir el proyecto de Dios. Por eso, ante todo y sobre todo se debe cumplir la voluntad de Dios, sobre los vínculos de sangre, el vínculo de comunión con Dios.
La familia humana es imagen de Dios Trinidad, como le enseña san Juan Pablo II, por la comunión de amor interpersonal y la fecundidad del amor.
Como enseña Rocco Butiglione: ‘En Dios, sustancia y acción coinciden, pero también sustancia y relación, en una forma que excede la razón. Por eso la fórmula trinitaria de una sola sustancia en tres personas. La calidad de la relación entre las personas, la totalidad de la donación recíproca es tal que implica la unidad de la sustancia’ ( ‘El hombre y la familia’).
La persona divina, ‘es relación subsistente’, como lo enseña Santo Tomás; análogamente se podría aplicar también a la persona humana con las debidas proporciones y diferencias. En la persona humana sustancia y relación es distinta en comparación a Dios; somos sustancia individual de naturaleza racional, como lo enseña Boecio, pero tenemos esa orientación relacional en la condición de personas. La persona humana ha de tomar conciencia que solo en relación a otros seres humanos puede alcanzar su realización en el amor.
La respuesta a esa doble condición de recibir amor y de dar amor, hasta la plena madurez de la donación total de sí, como lo enseña, lo manda y lo cumple Jesús: ‘ámense como yo los he amado’.
La autoconciencia de sí, solo es posible en relación adecuada y propia con las demás personas. Es necesaria la mediación del otro, en este nivel de persona a persona.
Así se puede entender, como lo enseña san Juan Pablo II: ‘la familia es comunión de personas’, en las cuales se toman decisiones decisivas en orden a la plenitud.
En la familia, en las relaciones interpersonales de los padres a los hijos, de los hijos a los padres y de los hermanos entre sí, se puede educar y adquirir del uso responsable de la libertad, como respuesta al tú humano y al tú divino; se puede adquirir y valorar la pertenencia para vivir en el amor mutuo y el mutuo apoyo.
Se ha de entender que la libertad está ordenada al amor y a la fidelidad, entendida entonces, la persona como don de sí para los demás, en pertenencia a una familia y a los demás, y así poder cumplir el proyecto de Dios, que está plenamente orientado a la comunión de personas. Quien no ama en esta dimensión relacional ni es fiel, está condenado a la soledad.
La Sagrada Familia, imagen de la Trinidad, puede ayudar a nuestras familias a ser imagen viva del Dios Amor, del Dios trinidad, Padre que ama, Hijo amado y el Espíritu Santo, mutua caricia entre ambos.
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