Lo primero que nos viene a la mente es la imagen de la Virgen impresa en la tilma.

Es la imagen de la primera discípula, de la madre de los creyentes, de la misma Iglesia, que queda impresa en la humildad de aquello que somos y tenemos, que no vale mucho, pero que será algo grande a los ojos de Dios. Queda impresa en la tilma.

La Virgen pide a Juan Diego un pequeño trabajo, recoger unas flores. Las flores, en la mística, significan las virtudes que el Señor infunde en el corazón, no son obra nuestra. El acto de recogerlas nos revela que Dios quiere que acojamos ese don, que perfumemos nuestra débil realidad con obras de bien, eliminando odios, temores.

Si se fijan, en el mensaje de Guadalupe, las palabras de la Virgen: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”, cobran un nuevo sentido. Ese “estar” de la Virgen, ese “estar” es quedarse permanentemente impresa en esas pobres ropas, perfumadas por unas virtudes recogidas en un mundo que parece incapaz de producirlas. Virtudes que llenan nuestra pobreza en la sencillez de pequeños gestos de amor, que van iluminando nuestra tilma, sin que nos demos cuenta, con la imagen de una Iglesia que lleva a Cristo en su seno.

La imagen, la tilma, las rosas, este es el mensaje. Así de sencillo, sin glosa. Junto a la seguridad de que Ella es mi madre, que está aquí. Y este mensaje nos defiende de tantas ideologías sociales y políticas con la que con tanta frecuencia se usa esta realidad guadalupana para fundamentarse, justificarse, y ganar dinero. El mensaje guadalupano no tolera ideologías de ningún género. Sólo la imagen, la tilma, las rosas.

 

De la homilía del Santo Padre Francisco en la Basílica de San Pedro el 12 de diciembre de 2023


 

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