Por Rebeca Reynaud

“No hay faena más difícil y evasiva que pensar, todo conspira para que no la llevemos a cabo”, opina Alejandro Llano. Nos da miedo enfrentarnos con la realidad pura y dura, y mucho más si hemos de hacerlo por nuestra cuenta y riesgo. Sin embargo, la realidad es que siempre se piensa más y mejor en compañía de otros.

Hemos de contar con los libros, los amigos, los colegas, los críticos e incluso los contrincantes. Pocos o muchos nuestro interlocutor es la verdad, y la verdad es esquiva. El empeño por desnudar la verdad para conocerla y tratar de hacerla resplandecer ante nuestros ojos, es tarea lenta y fatigosa. No todos son capaces de proseguir en ese trabajo de superar apariencias y rechazar equívocos.

Para pensar bien hay que aprender a pensar, lo cual equivale a no dejarse llevar por los tópicos imperantes.

Amar la verdad, cueste lo que cueste, es el único sendero que nos aparta de los tópicos repetidos, convencionales, y nos ayuda a liberarnos de la sumisión. El desafío es pensar y seguir pensando.

Está emergiendo otro modo de pensar que toma más en cuenta a las mujeres y el cuidado de la ecología. En ese otro modo de pensar se le da más importancia a lo cualitativo que a lo cuantitativo, por ejemplo, en el vestir se prefiere tener menos guardarropa, pero de más calidad; se prefiere tener menos amigos, pero con relaciones más profundas.

Para el espíritu de finura que ahora emerge, se cuenta con la amabilidad en el trato con todas las personas sean del nivel que sean, porque se comprende que lo menos sustituible de todo es la persona.

Es vital conocer qué humaniza y qué deshumaniza al hombre, hay que aclararse uno mismo que es lo bueno y lo mejor para el hombre.

Los clásicos

¿Dónde buscar el aguijón que nos despierta de nuestra anorexia cultural? Volvamos a los clásicos, avancemos hacia ellos. Tratar de pensar con el rigor y la belleza con que ellos pensaron. Los mejores frutos de nuestra civilización han salido de allí.

El ascenso hacia los griegos y latinos es un empeño de regeneración. Como dice Leo Strauss, lo clásico se caracteriza por su noble simplicidad y su grandeza serena. El pensamiento clásico nos sitúa ante lo “natural” del hombre. Decimos de una persona que es “natural” si se guía por su profunda forma de ser (Cfr. A. Llano, Otro modo de pensar, EUNSA, p. 97).

El humanismo clásico es un modo de pensar libre de todo fanatismo porque se da cuenta de que el mal no puede ser desarraigado totalmente, y, por tanto, de que los resultados que cabe esperar, no pueden ser más que modestos.

Carlos García Gual dice que estudiar griego no es sólo aprender una bella lengua antigua, “es acceder a un mundo de un horizonte cultural fascinante e incomparable y avanzar hacia las raíces de la tradición ética, estética e intelectual de Occidente” (Avisos humanistas).

 


 

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