Por Rebeca Reynaud
En una entrevista a Vittorio Messori le preguntaron sobre su conversión. Manifestó que es difícil de contarlo ya que “la vida es misteriosa”. Muchos han dejado a la Iglesia, yo, en cambio, me he afiliado a ella. Y prosigue contando que Emilia –el lugar de su nacimiento, al norte de Italia- es la región de los extremos. Las personas son apasionadas, y narra que eso se ve claro en las películas de don Camilo y Pepone; y aclara “nuestra familia estaba de parte de Pepone ya que era anticlerical”. La cultura Emiliana es exagerada: todo o nada, como en España. Y Messori sigue diciendo: “Estudié en Turín en instituciones laicas. La política la veía como una nueva religión. Estaba muy comprometido con los partidos de la izquierda –como casi todos los universitarios-, pero éramos unos burgueses fingiendo ser proletarios. La religión era para mí una desconocida, y una enemiga, es decir, algo que combatir. La política tenía muchas respuestas, las penúltimas respuestas, pero no las últimas”.
Cuando se reflexiona sobre el mal físico o espiritual, la enfermedad y las crisis, la política no tiene qué decir. La política tiene respuestas para el hombre público, no para el hombre privado. De la constatación de que la política no es suficiente, me llevó a la lectura del Evangelio, y un día decidí leerlo, a pesar de que yo pertenecía a esa generación que rechaza el Evangelio sin conocerlo.
Estaba acabando la universidad. Tuve la intuición de que allí se hallaban la verdad que iba buscando, las respuestas para esas últimas preguntas que yo me había hecho. La intuición me decía que allí estaba lo que yo buscaba. Blas Pascal me ayudó a entender las razones del corazón. Sin embargo, yo tenía una educación intelectual, y mi cabeza estaba en contra del corazón. Existía esta guerra. Siempre trataba de averiguar si el corazón podía estar de acuerdo con la cabeza.
Acabé siendo periodista, una vocación precoz. Hacía cada día un diario. Pensaba hacer periodismo de cosas serias como la política, desde luego no de la religión. Más adelante me interesé por la investigación sobre las razones de la fe. Para mí era más fácil aceptar a Cristo que a la Iglesia. Creer en Cristo es difícil, pero creer en la Iglesia es casi imposible., Sin embargo, para mí era un problema. Me di cuenta de que Cristo quería necesitar a los hombres, no es un Dios que hizo todo solo.
El cristiano vive en una comunidad. El Dios de Jesucristo quiso ir por el camino de la encarnación, quiso ser Hombre entre los hombres. Después subió al cielo y encargo a un grupo de hombres seguir con su obra. Abrazo un concepto católico porque es el que más respeta la mediación que Dios quiere.
En esta Iglesia, los curas no son más numerosos que los laicos, cada uno tiene su misión y su vocación. Acepto la Iglesia porque es parte del proyecto de Dios; la acepto porque sin la mediación de un grupo humano no nos tomaríamos en serio la Encarnación.
Sobre su libro Cruzando el umbral de la esperanza, dice: He hablado con la máxima autoridad en mis investigaciones, con el Papa Juan Pablo II. Cincuenta y tres editores han presentado el libro. Me han invitado a la presentación, pero no he aceptado porque yo sólo he hecho las preguntas que hace el hombre de la calle. Lo que cuentan son las respuestas, no las preguntas. He visto la distancia que hay entre yo y el Papa. Un periodista me preguntó: “¿El Papa cree verdaderamente en Dios?”. Yo creo que para el
Papa Juan Pablo II la realidad de la fe se toca y se ve. No necesita apostar como nosotros, pobres creyentes. Para nosotros, creer todos los días es apostar. Para el Papa Dios es una evidencia, se percibe que ese Dios del cual es vicario es una realidad de la cual el Papa vive. Pienso que es el sucesor de Pedro. Su fe es una roca. Para él es la realidad. Para entenderlo hay que verle rezar. En su capilla privada se tira al suelo, se postra al estilo eslavo. A veces va a rezar a medianoche. Sus colaboradores a veces tienen que ir por él, cogerlo de los pies y tirar. Él está tan convencido de estar con Jesús que nunca querría marcharse de su capilla. Tiene una fe enorme.
Ante él yo soy un enano y él un gigante. Un periodista no debe ser tímido. Trabajé con un periódico de Turín que me ha dado oportunidad de hablar con reyes. He hablado con él, con la actitud de un hijo con su padre. El hijo le tiene un gran respeto al padre, pero no se vuelve tímido. Él vio mi franqueza. El Papa está en la cumbre de las cumbres, y las cosas de la tierra le llegan filtradas. Yo le miraba con grandísimo respeto, y eso le daba alegría. Lo he visto contento.
Yo fui el primero en recibir el texto en la traducción italiana. El libro nació de esta manera, es conmovedor. Al principio debía ser una entrevista de una hora para la TV, pero no fue así. Fue necesaria una experiencia que yo no tenía. Podía hacer quedar mal al Papa porque no domino las técnicas. Comí con él y le dije que buscara a otro periodista, él dijo que no. No hubo entrevista televisada. El Papa guardó las 20 preguntas que le di. Decidió llamar a su portavoz y le dijo: “Llame a la RAI y a Messori. y dígales que no habrá entrevista televisada”. Yo volví a casa contento de que no hubiera habido entrevista. El Papa se dio cuenta de que las preguntas eran sencillas y hacía falta contestarlas, por eso, sin decir nada a nadie, antes de ir a la capilla, contestaba las preguntas en polaco. Un día llamó a Navarro Vals y le dijo: “¿Se acuerda de las preguntas de Messori? Llame al señor Messori y entréguelo esto”. Le entregó el manuscrito en polaco. Una monja lo tradujo al italiano, y me mandó la traducción, dice Messori.
Me preguntaron: “Usted, ¿por qué cree que viaja el Papa?”. Yo contesté que el Papa no viaja por turismo; sus viajes son fatigosos. El Papa viaja por un deber, para reanimar la fe y llevar la esperanza. También creo –es una hipótesis- que lo que le mueve es lo que los teólogos llaman “escatológica”, el fin de la historia. El Papa viaja para apresurar este retorno. Jesucristo dijo que antes de su retorno, su evangelio debía ser anunciado a todo el mundo.
(Nota: Esta entrevista no está en YouTube. Tuve el privilegio de verla en sesión privada y tomar notas).