El grito de la humanidad amenazada exige respuestas concretas. Y el mensaje del Papa nos ofrece unos compromisos tangibles: condonación de la deuda externa, respeto a la dignidad de la vida humana y de la creación, eliminación definitiva del hambre, entre otros.
Por Mario de Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Tanto el interés como la atención son dos cualidades del ser humano que nos pueden ayudar, delimitando sus espacios, para mejor conocernos y conocer la situación actual. De muchas cosas nos interesamos, pero pasamos sobre ellas paseando la mirada, y nada más. El interés humano, sin otro calificativo, suele ser amorfo, sin compromiso.
Es de la familia de la curiosidad, pero in peiorem partem, porque también suele haber de la buena. Decimos que nos interesamos por algo o por alguien saltando de una realidad a otra, sin compromiso mayor que el de caer bien parados. Terminamos volviéndonos desinteresados de todo y de todos. Grises y antisociales. El interés necesita de un empujón volitivo o imaginativo, favor que nos ofrecen la atención o la intuición. Hablemos de la primera.
Cuando a alguien algo le interesa, para obtener resultados se necesita poner atención. Si lo atendemos lo entendemos, y entonces el interés es verdadero; si no, es espuma sobre la ola. La atención lleva ventaja sobre el interés porque implica a la persona en su interioridad, el llamado estado de concentración. La inteligencia como que se desdobla sobre sí misma, reflexiona, y adquiere solidez y profundidad. Da personalidad. Deja de saltar como saltimbanqui y adquiere identidad. Somos alguien y podemos decir yo-tú-él. Podemos hablar y entendernos con los demás.
Somos personas y podemos llegar a ser ciudadanos, comprometidos con nuestra ciudad. A esta situación se llega cuando del simple interés se pasó a la atención, de la atención a la comprensión, de la comprensión a la aceptación y de la aceptación al compromiso. Entonces se obtiene la verdadera realización de la persona humana, es decir, el hombre íntegro y moral.
Lo dicho nos lleva a explicar muchas cosas que pasan en nuestro entorno. Sin sobrepasar los límites de este escrito, aquí podemos señalar algunas de las deficiencias de nuestro sistema educativo, memorizador e ideologizante, o, más en la superficie, de pensamiento débil, amorfo y desabrido, como lo sufrimos en los medios e instrumentos de comunicación.
Esta metodología se agudiza en los medios electrónicos, hechos para llamar la atención con tanta mayor técnica cuanto más grande es el engaño que ocultan, y suelen lograr. Su contribución a la modernidad es el homo videns sin dar alcance al sapiens. Dios hizo a Adán a su imagen: racional, libre, capaz de amar, de hablar y de dar vida, no robots.
Este hombre mirón, encantado por la imagen, nuevo Narciso, divo, adorador de sí mismo, abarca en los medios de comunicación casi todas las expresiones de la modernidad. Notable es su señorío en la política con las ideologías, en las costumbres con la moda, en el comercio con la ganancia y en la vida ordinaria con la vulgaridad.
La gran víctima de este proceso suele ser el lenguaje, que, siendo elemento comunicador, distintivo del ser humano, se ve sometido no a la lima del artesano sino al hacha del leñador. Así, el pensamiento débil se vuelve único y escaso, sometido a toda clase de atropellos y solecismos creadores de un mundo fantasioso e irreal. Son ahora los burladores de Noé, constructor del arca en tierra firme, ante el inminente chubasco universal.
Quizá estas reflexiones ayuden a comprender la apremiante exhortación del Papa Francisco de abrir nuestra mente a la cultura universal mediante la lectura de poesía, relatos y novelas de experimentados escritores, antiguos y modernos, escrutadores y conocedores del alma humana, capaces por ello, de volvernos a nuestra humilde pero gloriosa humanidad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de enero de 2025 No. 1541