En entrevista para VCNoticias, Ana Paula Hernández Romano, coordinadora del Diálogo Nacional por la Paz en México, explica en qué punto se encuentran las iniciativas de construcción de paz, cuál es la participación de las autoridades, la sociedad civil, los ministros católicos y agentes de pastoral en este proceso; y cuáles son los desafíos que aún se mantienen.
Por Felipe Monroy – VC Noticias
En el marco de los esfuerzos por fomentar la paz en un país traspasado por la violencia, la Red del Diálogo Nacional de Paz mantiene el interés de escuchar a todas las voces sociales, sin filias ni fobias políticas, y robustecer las tareas de reconstrucción del tejido social. Por lo pronto, aseguran, no son sólo las condiciones de seguridad las que no mejoran en México sino que aún hay muchas dificultades –incluso violencias crónicas regionales que son auténticas emergencias humanitarias– para establecer mecanismos de promoción, encuentro y coordinación de experiencias de paz.
Han pasado casi dos años y medio de los trágicos acontecimientos en Cerocahui, Chihuahua, cuando fueron asesinados dos sacerdotes jesuitas en la Sierra Tarahumara; este evento detonó el trabajo conjunto entre el episcopado mexicano, las órdenes religiosas y la Compañía de Jesús en México para desarrollar conversatorios locales, encuentros regionales y un gran diálogo nacional por la paz.
Como resultado de esos más de mil encuentros (el 80% realizado en parroquias católicas) se construyeron tanto el diagnóstico sobre la situación de violencia en México como las pautas para un compromiso transversal entre autoridades y organismos de la sociedad civil. Varios de esos compromisos han sido firmados –no sin reservas– por diversos representantes políticos y sociales.
“Los encuentros fueron los que nos permitieron tener un diagnóstico, que después se convirtió en la Agenda Nacional y después en el Compromiso por la Paz. No debemos perder de vista que ese primer impulso del diálogo nacional estuvo enmarcado en la acción de la Iglesia católica; después se amplió a otros sectores como universidades públicas y privadas, a convenios con empresas, con COPARMEX, CONCANACO, con la sociedad civil y con otras iglesias. Alrededor de 40 mil personas participaron en este proceso de escucha”, recuerda Hernández.
Los compromisos por la paz, resultantes de este proceso, han sido firmados por muy diversos líderes políticos y autoridades civiles; de hecho, la propia presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, firmó –con ciertas reservas en el diagnóstico– los ideales del compromiso. Sin embargo, a decir de la coordinadora del Diálogo, aún es necesario promover los conversatorios y encuentros: “Eso es lo que somos, diálogo, y en eso confiamos en la palabra compartida; en que somos capaces de sumar miradas y de que los desacuerdos lejos de ser un impedimento para colaborar, son la razón de ser, de involucrar otras miradas distintas”.
“No perdamos de vista que esto inició así y que sigue siendo su espíritu, un espíritu muy abierto a cualquier otro sector; en estos momentos, un espíritu muy dialogante con los gobiernos, sin importar las filias y fobias políticas, ni los colores de los partidos que gobiernan en los municipios y en los estados”, aclara.
Imprescindible papel de la Iglesia
Para Ana Paula Hernández, en este proceso, la Iglesia católica debe mantener su papel como facilitador del encuentro y el diálogo; de hecho, la experta considera que el servicio de los obispos católicos es muy relevante para favorecer los procesos de construcción de la paz en las regiones del país:
“En los municipios y en los estados en donde los obispos se han involucrado de manera más directa, [la estrategia] ha funcionado mejor. Primero, porque tienen un peso moral innegable entre la población; y segundo, porque tienen una interlocución con distintos actores locales, empezando por los gobiernos”.
Hernández Romano destaca varios ejemplos de cómo el compromiso local ha generado avances significativos. “En Guerrero, a pesar de su complicado contexto, se han establecido mesas de diálogo multisectoriales lideradas por el obispo de Chilpancingo-Chilapa. Este esfuerzo ha involucrado al gobierno estatal, la Universidad Autónoma de Guerrero y diversas organizaciones sociales.”
Otro caso notable es Chihuahua, donde la diócesis, particularmente a través de los vicarios de pastoral social, ha impulsado iniciativas a pesar de los desafíos locales. “San Cristóbal de las Casas también es un ejemplo de cómo, en contextos retadores, florece la esperanza con más fuerza.”
Pero además, señala que para la Iglesia católica, el compromiso por la paz no es una opción: “En el trienio que comienza, para el nuevo equipo de gobierno de la CEM, la construcción de paz ocupa un papel central. Creo por tanto que la Iglesia está dimensionando, en unos lugares más rápido que en otros y con unos liderazgos más fuertes que otros, que tiene un papel fundamental en la construcción de paz”.
Retos y resistencias
Uno de los principales desafíos es el vínculo con el gobierno: “Hay cierta desconfianza hacia las autoridades civiles, ya que muchas veces están traspasadas por redes de macrocriminalidad. En estos casos, es crucial clasificar los tipos de violencia para abordar los contextos con estrategias adecuadas”, dice la experta.
Hernández subraya además que en territorios con violencia crónica es necesario tratarlos como emergencias humanitarias: “El gobierno primero debe garantizar la vida y seguridad de quienes trabajan por la paz y de las comunidades afectadas”, declara.
Otro reto es cómo evitar ser instrumentalizados por sectores externos: “La Agenda Nacional es nuestra referencia. Debemos asegurarnos de que nuestras acciones parten de las necesidades locales reconocidas por las comunidades y que generen capacidades locales, no dependencias hacia programas externos”.
Ana Paula Hernández también señala la preocupación en torno a la narrativa gubernamental y el riesgo de minimizar los problemas de las localidades o las entidades: “Es fundamental realizar diagnósticos periódicos -explica-; esencialmente desde las comunidades para tomar el pulso real de las condiciones de seguridad, justicia y el tejido social. Esto, aunque incomode [a las autoridades], es clave para una intervención efectiva”.
Finalmente, destaca la importancia de evitar discursos polarizadores y promover acciones genuinas en la construcción de la paz: “El diálogo debe enfocarse en generar capacidades y soluciones desde las comunidades, evitando depender de programas que no abordan las verdaderas necesidades locales”.
Lo importante es no ceder a tentaciones integristas, unilaterales o visiones cerradas que pretenden ‘pacificar’ sólo desde un grupo o sector: “La paz –dice la coordinadora del Diálogo– se conjuga en primera persona del plural: desde el nosotros. La Iglesia está siendo consciente de su papel fundamental para seguir construyendo esa esperanza… la paz, no es algo que sólo se ‘desee’, sino algo por lo que se trabaja; y se trabaja desde el nosotros”.
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