El patriota estudia la historia de su país para no cometer errores previos y escoger las sendas correctas. Los personajes de esa historia son seres humanos con virtudes y vicios. En la Iglesia, por ejemplo, aunque a Pedro y los demás apóstoles se les reconozca santos, también se les recuerda por, en algún momento, haber sido cobardes, tras negar o abandonar a Cristo en la Cruz.

Por Arturo Zárate Ruiz

En México, en Estados Unidos y muchos otros países del mundo, este año —aún más, la década— se pintará muy nacionalista. Pero no nos apuremos a exclamar “¡qué bien!”. El nacionalismo no es lo mismo que el patriotismo.

Las diferencias

El patriota amaría siempre su país, aunque supiera de lleno que es el peor. Sucede que es el suyo, no tiene otro. El nacionalista fantasea sobre su nación y asegura que no hay ni habrá nunca mejor. Aquel, porque ama, busca las mejoras. Éste, porque idolatra, se enfurece si le dicen que algo pudiere mejorarse.

El patriota escucha críticas sobre su país porque, escuchando, aprende a hacer esas mejoras. El nacionalista aborrece a los críticos porque no puede admitir que algo anda mal.

El patriota admite diversidad de opiniones sobre su país; el nacionalista, sólo una: que todo allí es excelente. De allí que uno reconoce, es más, goza de la pluralidad de vida de sus paisanos; el otro es defensor aguerrido del pensamiento único y persigue a los disidentes.

El patriota estudia la historia de su país para no cometer errores previos y escoger las sendas correctas. Los personajes de esa historia son seres humanos con virtudes y vicios. En la Iglesia, por ejemplo, aunque a Pedro y los demás apóstoles se les reconozca santos, también se les recuerda por, en algún momento, haber sido cobardes, tras negar o abandonar a Cristo en la Cruz. El nacionalista prefiere las historias legendarias que ensalzan su idea de nación, en la cual no hay tonos grises ni claroscuros, sólo héroes impolutos y villanos maléficos, éstos felizmente derrotados, pero no por siempre, pues siguen allí acechando a la nación, por lo que hay que aplastar y eliminar los “masiosares”, los “extraños enemigos”. Los “héroes” son perfectos aun cuando hayan robado, matado, mentido y demás (¿acaso Pancho Villa?) que, si así lo hicieron, eso era lo conveniente para preservar la mejor nación que es la propia y la merecida por el “pueblo bueno”.

Buscar la verdad, reconocer y poner límites

Tal vez no se necesite notar que el patriota busca la verdad, mientras que el nacionalista abraza una ideología; ni notar que el patriota procura razonar para tomar decisiones, mientras que el nacionalista nunca cuestiona al líder de su nación y lo obedece en todo lo que le ordene.

A un patriota le daría vergüenza el apenas pensar que un tipo racial es lo que define a quienes pertenecen a su diversísimo país. Un nacionalista sí inventa ese tipo racial, como lo hicieron los nazis en Alemania, y lo hacen algunos nativistas en México, para quienes la pureza de la mexicanidad sólo puede darse entre los pueblos originarios. Si tienes una pizca de sangre española, o aun no te da ninguna pena abrazar la religión que trajeron los españoles a América, no eres sino un hijo de la Malinche, hijo de una “traidora”. Para ser verdaderamente mexicano deberías al menos aprender la “religiosidad” de tus antepasados indígenas, que no era caníbal, sino una que ofrecía la “mejor ofrenda”, los seres humanos (pero de la tribu vecina) a los dioses.

El patriota sabe reírse de sí mismo porque reconoce sus debilidades; el nacionalista, no, pues según él no tiene nada de debilidades. Sólo se ríe y se burla al verlas en los demás.

Aunque ame la diversidad, el patriota reconoce valores comunes a todos los hombres, como lo son la justicia y la democracia sin adjetivos. El nacionalista sí les pone adjetivos a estos valores. Defiende así valores muy peculiarcitos, como la democracia “mexicana”, la justicia “mexicana”, el arte “mexicano” (según los define la ideología). Es eso “mexicano”, no el valor en sí de la democracia, la justicia y el arte, lo que hace buenos estos valores.

Si su país fuera su padre, el patriota no lo dejaría de amar, aunque se comportase como Juan Charrasqueado (borracho, parrandero y jugador); pero si fuese nacionalista, exaltaría a ese Juan Charrasqueado como el modelo supremo de hombría a seguir; si tuviese hijos malcriados, el patriota no los rechazaría ni dejaría de proteger, pero, al hacerlo, reconocería que se portaron mal, si así lo hicieron, y, por tanto, los corregiría; el nacionalista jamás admitiría que son ellos unos truhanes, sino celebraría su comportamiento, y los preferiría muertos a apenas pensarlos bribones.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de diciembre de 2024 No. 1538

 


 

Por favor, síguenos y comparte: