Por P. Fernando Pascual

María Isabel (o Elizabeth) Hesselblad tenía 32 años. Había nacido en Suecia en 1870 de una familia luterana, y en esa fe vivió durante años.

Hizo diferentes viajes y trabajó como enfermera en Estados Unidos. En un hospital pudo observar con interés a los católicos, a los que no comprendía.

Su camino interior la fue llevando, poco a poco, a resolver sus dudas y a comprender mejor la doctrina católica. De modo especial, quedó impresionada ante la fe de católicos que rezaban y recibían los sacramentos en el hospital.

Llegó el momento en el que decidió dar el gran paso hacia la Iglesia católica. Hesselblad tenía 32 años. Lo había visto todo claro.

Había conocido a un jesuita que trabajaba en Washington. El 12 de agosto de 1902 fue a buscarlo. Sin preámbulos, María Isabel dijo:

“Pido humildemente ser acogida en la Iglesia católica”.

El jesuita le comentó que estaba a punto de hacer un viaje, pero que llamaría a otro sacerdote para que la atendiese. Este segundo sacerdote era el padre Johan George Hagel, que trabajaba en el observatorio astronómico de la Universidad de Georgetown.

La joven pidió ser bautizada cuanto antes. El padre Hagel le respondió que apenas la conocía, que era imposible bautizarla de inmediato.

Ella respondió:

“Oh no, reverendo padre, perdóneme, pero no puede ser imposible. Desde hace casi veinte años he combatido en la oscuridad; por muchos, muchos años he estudiado la religión católica y rezado para obtener una fe robusta, una fe tan fuerte que, aunque si el Papa de Roma y todos los sacerdotes abandonasen la Iglesia, yo nunca lo haría. Poseo ya esta fe y estoy preparada a someterme al examen sobre cada punto de ella”.

El sacerdote jesuita quedó asombrado ante una respuesta tan firme y segura. Reconoció en seguida que la joven estaba lista para el bautismo, aunque tenía que comprobarlo con una serie de preguntas.

Hesselblad respondió satisfactoriamente a lo que se le pedía. Ya no quedaban barreras para el bautismo, que tuvo lugar tres días después del primer encuentro, el 15 de agosto de 1902.

Ella escribirá, al recordar ese maravilloso momento, las siguientes líneas:

“En un instante el amor de Dios se derramó sobre mí. Comprendí que este amor podía ser correspondido solo con el sacrificio, con un amor preparado para el sacrificio por su gloria, por su Iglesia. Sin dudarlo ofrecí mi vida, mi voluntad de seguirlo por el camino de la cruz”.

El resto de la vida de esta joven sueca estará lleno de aventuras y de retos. Incluso fundará monasterios según la espiritualidad de la Orden de santa Brígida.

Cada conversión se explica desde un camino interior donde el alma acoge los dones de Dios y avanza un poco hacia la verdad. Así ocurrió con aquella joven sueca, María Isabel Hesselblad, a la que la Iglesia declaró santa en 2016, y que acompaña a tantas personas que desean un encuentro profundo y eclesial con Jesucristo.

(Los textos aquí recogidos proceden de la traducción española de un libro en italiano de Aldo Maria Valli dedicado a santa María Isabel Hesselblad).

 


 

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