Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

Las voces de los cánticos y el perfume de las flores que resonaron e inundaron el suelo mexicano el pasado 12 de diciembre, hicieron eco no solo en la totalidad de nuestra patria sino en numerosas regiones del mundo y, con particular vigor, en la Basílica de San Pedro, en Roma. El Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano de la historia de la Iglesia, con asistencia no sólo de paisanos sino de representantes de toda nuestra América, presidió la celebración.

No en vano Santa María de Guadalupe es la Patrona principal de México y Emperatriz de todas las Américas, si bien su culto se ha extendido a diversos continentes, en particular a las islas Filipinas y, como acabamos de ver, con un altar en la catedral de Nuestra Señora de París. Esta originalidad y presencia del Acontecimiento Guadalupano nos provoca, por voz del Santo Padre en su breve homilía, graves cuestionamientos y responsabilidades a nosotros los católicos.

1°. El Papa comienza directo, al grano: Guadalupe nos revela el Gran Misterio de la Maternidad de María, “que lamentablemente tantas ideologías han querido desviar para sacar provecho ideológico”. Todo lo que se diga de más: a) de la Maternidad de María grabada en la Tilma sencilla; b) de la belleza de las Rosas presentadas por el indio Juan Diego, y c) del hecho de llevar la Fe a los corazones incrédulos, “es mentira, es querer usarlo para ideologías”.

Ideologizar un asunto religioso es utilizarlo para fines económicos y políticos partidistas. Las ideologías buscan favorecer sistemas de dominio. Se apoyan en eslóganes, textos bíblicos, imágenes, vestiduras y rituales religiosos. Son sistemas de pensamiento cerrado, único. Se adueñan de la verdad: es bueno lo que les apoya, y malo quien opina distinto. Por eso, suelen calificarse de maniqueas, cerradas, absolutistas, moralistas, populistas, racistas, despiadadas… El Evangelio y Guadalupe son vida y libertad, no ideologías. “Jesús no acepta la posición de quienes mezclan las cosas de Dios con actitudes meramente políticas”, nos dijo san Juan Pablo II (DP 526).

2° Preguntémonos, por ejemplo, ¿podemos gritar con verdad cristiana ¡Que viva México! cuando estamos rodeados de signos de muerte, desde el seno materno hasta la inseguridad en el sueño o al poner un pie en la calle. Las “Madres Buscadoras” de sus hijos son un reclamo potente que prolonga la Voz de Guadalupe. Un simple ejemplo: ¿Cómo compaginar la veneración a una mujer desmembrada (Coyolxauhqui), o la promoción republicana en honor de la muerte (“La catrina”), cuando santa María de Guadalupe nos dijo que Ella era nuestra Madre: “La Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive”, ¿y enmienda el fatalismo ancestral de Juan Diego y devuelve la vida plena al tío Bernardino? Guadalupe es Vida y Esperanza.

3° ¿Por qué no tenemos, “como hacen muchas naciones del mundo”, una obra literaria que presente “con orgullo” nuestras raíces culturales, nuestro auténtico humanismo? El gran nahuatlato, el Padre Ángel María Garibay, propone presentar con honor la obra del antropólogo fray Bernardino de Sahagún, a la cual se podría añadir, con mérito no menor, el Nican Mopohua, del autor indígena Antonio Valeriano, el “principal y más sabio” alumno del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, escrito en “lenguaje noble” (tecpilahtolli) según el doctor León Portilla

Es verdad lo que se dice: Somos tratados como extranjeros en nuestra propia casa. Así son las ideologías, tanto las liberales intransigentes como las populistas puritanas.

4°. Por eso, podemos preguntar a quienes dicen escuchar al pueblo y nada hacer sin él, ¿nada les dice los millones y millones de mexicanos que, ante la Guadalupana, elevan sus plegarias por la paz, la justicia y la fraternidad en nuestra dolorida Patria? Para pensar, gracias al Papa Francisco.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de enero de 2025 No. 1540

 


 

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