¡Santo Padre! Como hija del pueblo judío que – por la gracia de Dios – durante los últimos once años también ha sido hija de la Iglesia Católica me atrevo a hablarle al Padre de la Cristiandad sobre lo que oprime a millones de alemanes. Desde hace semanas vemos que suceden en Alemania hechos que constituyen una burla a todo sentido de justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Durante años, los líderes del nacionalsocialismo han estado predicando el odio a los judíos. Ahora que tomaron el poder gubernamental en sus manos y armaron a sus partidarios – entre los cuales hay elementos probadamente criminales –, esta semilla de odio ha germinado. Sólo hace poco tiempo el gobierno admitió que se habían producido algunos incidentes. No podemos conocer exactamente su alcance porque la opinión pública está amordazada. Sin embargo y a juzgar por lo que he sabido a través de contactos personales, no se trata de manera alguna de unos pocos casos excepcionales.
Bajo la presión de reacciones del exterior, el gobierno adoptó métodos “más benignos”. Ha difundido la consigna: “No tocar ni un pelo a los judíos”. Pero sus medidas de boicot – que despojan a la gente de su sustento económico, su honor civil y su patria – arrojan a muchos a la desesperación: en la última semana he sabido – por informes privados – de cinco casos de suicidio como consecuencia de ese hostigamiento. Estoy convencida de que éste es un fenómeno general que todavía producirá muchas más víctimas. Podemos deplorar que esos desdichados no hayan tenido una mayor fuerza interior para sobrellevar su infortunio, pero gran parte de la responsabilidad recae sobre aquellos que los llevaron a ese punto. Y también recae sobre aquellos que permanecen en silencio frente a esos hechos.
Todo lo que ocurrió y sigue ocurriendo día tras día es producido por un gobierno que se autodenomina “cristiano”. Desde hace semanas, no sólo los judíos, sino también miles de fieles católicos de Alemania y – creo – de todo el mundo, esperan y confían en que la Iglesia de Cristo alce su voz para poner fin a este abuso del nombre de Cristo. ¿No es esta idolatría de la raza y la autoridad del Estado que se impone diariamente a la conciencia pública a través de la radio una verdadera herejía? ¿No es este intento de aniquilar la sangre judía una afrenta a la sagrada humanidad de nuestro Salvador, a la santísima Virgen y a los apóstoles? ¿No se opone diametralmente todo esto a la conducta de nuestro Señor y Salvador, quien incluso en la cruz oró por sus perseguidores? ¿Y no es una mancha negra en la crónica de este Año Santo, que se suponía debía ser un año de paz y reconciliación?
Todos nosotros, que somos fieles hijos de la Iglesia y observamos las condiciones imperantes en Alemania con los ojos abiertos, tememos lo peor para el prestigio de la Iglesia si el silencio se prolonga por más tiempo. Estamos convencidos de que, a la larga, este silencio no logrará comprar la paz con el actual gobierno alemán. Por ahora, la lucha contra el catolicismo se hará en forma silenciosa y menos brutal que contra los judíos, pero no menos sistemática. No pasará mucho tiempo hasta que ningún católico pueda ocupar un cargo en Alemania, a menos que se ponga incondicionalmente al servicio del nuevo rumbo de los acontecimientos.
A los pies de Su Santidad, rogando su bendición apostólica. Sor Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)*.
* Esta carta no recibió respuesta. Nueve años después, el 2 de agosto de 1942, Edith Stein y su hermana Rosa fueron detenidas por la Gestapo y llevadas al campo de concentración de Amersfoort, después a Westerbork y, finalmente, el 7 de agosto las trasladaron a Auschwitz, donde fueron asesinadas en la cámara de gas el 9 de agosto de ese mismo año.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de febrero de 2025 No. 1544