Por Rebeca Reynaud

¿Qué es lo que deseas? ¿Lo sabes? Quizás deseas obtener un título o un buen trabajo, tener poder, ganar mucho dinero, conquistar nuevos ideales… Tal vez, pero lo que realmente quieres es ser feliz.

Una obra de León Tolstoi titulada “El cupón falso” es una narración que muestra cómo un pequeño acto puede desencadenar una serie de sucesos imprevistos. Nos hace ver que nuestros actos libres siempre tienen consecuencias. Tolstoi nos interpela sobre todo cuando uno de sus protagonistas le dice a un asesino: “Ten piedad de tu propia alma”. Meditar sobre la vida puede cambiar los hábitos. Hacia el final Tolstoi cuenta sobre un hombre que cometió seis asesinatos y, aun así, al meditar el Evangelio y hacer oración, llegó a ser un hombre santo en la cárcel. Y allí hizo mucho bien y ayudó a varios presos a cambiar su mente y a hacer su existencia más feliz.

En el siglo XX se hablaba mucho de que los grandes dirigentes de la política se comunicaban por un teléfono rojo. La idea de poder hablar de modo inmediato con personas lejanas causó mucha sorpresa. Nosotros podemos tener un hilo directo con la persona más importante del mundo, con Jesús; él siempre está al otro lado de la línea. Por la fe sabemos que Dios se hizo Hombre para ser nuestro Acompañante y nuestro modelo. Para ser amigos de Dios es necesario hablar con Él, conectar con él.

No somos siempre constantes en nuestros tiempos de oración porque estamos conectados con nuestro celular, el internet o con problemas cotidianos, entonces hay quienes afirman: “No conecto con Dios”. Hace falta desconectar para conectar con Dios. Persiste la sensación de no saber hablar con Dios; no conseguimos salir del monólogo interior, no alcanzamos la intimidad con Dios que ansiamos.

El Papa Francisco nos alienta a mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él. “Así como te preocupa no perder la conexión a internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas” (Francisco, Ex. Ap. Christus vivit, n. 158). A veces le contamos lo que llevamos en la cabeza y, cuando él va a hablar, damos por terminada la oración y no lo escuchamos. Por eso es necesario decirle: “Que yo te escuche, ¿qué quieres de mí? Dímelo y dame la fuerza para hacerlo porque sé es que es lo que me hará feliz en esta vida y en la otra”.

Al comenzar a orar nos ponemos en presencia de Dios, sabiendo que él está aguardándonos, que le ilusiona que vayamos a contarle lo que ha pasado y cómo nos sentimos; le gusta que le digamos lo que nos alegra y lo que nos entristece, lo que no entendemos y lo que nos parece oscuro, más luego hay que darle la oportunidad de hablar.

Imaginar que la mirada del Señor se posa en nosotros nos ayudará durante la oración. También nosotros queremos mirarle. En el diálogo divino hay un cruce de miradas. “Mirar a Dios y dejarse mirar por él: esto es rezar” (Francisco, Audiencia, 14-II-2019). Deseamos escuchar sus palabras, percibir cuanto nos quiere y conocer lo que desea. En toda buena conversación se busca desde el principio la sintonía. Del mismo modo, los primeros minutos de oración son importantes para marcar una pauta para los restantes. Empeñarse en comenzar bien la oración ayudará a mantener vivo el diálogo posterior con más facilidad, escribe José Manuel Antuña.

Tras ponernos en presencia de Dios es necesario apagar los ruidos, y perseguir un silencio interior que se llama recogimiento. Así será más fácil escuchar la voz de Jesús. Por eso es necesario un combate por desconectar para conectar, y así hablar con Dios en la soledad de nuestro corazón (CEC, n. 2725).

Ante Dios reconocemos nuestras debilidades, pidiendo perdón y gracia, porque la humildad es la base de la oración (cfr. CEC, n. 2559). La oración es un don gratuito que el hombre debe pedir. Creer, adorar, pedir perdón y solicitar ayuda: cuatro movimientos del corazón que nos abren a una buena conexión.

 


 

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